Inspirado en "El francotirador precoz", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/EcBXEWbv
Si estás leyendo esto, es que estoy muerto, así que me importa una
mierda lo que puedas pensar de mi. A pesar de todo voy a contarte mi
historia, no porque piense que necesite contarla antes de dejar este
mundo de mierda, ni tampoco porque crea que si no la cuento yo, nadie
se hará cargo de ella. ¡Que vá, hombre! Te la voy a contar porque no
tengo otra cosa mejor que hacer hasta que llegue el amanecer, cuando
sea sumariamente ejecutado por un pelotón de fusilamiento que yo mismo
he escogido, hombre por hombre. No es que haya ido casa por casa
eligiendo uno por uno a mis asesinos; más bien han sido ellos los que
me han escogido a mi, con motivo de mis acciones. Ellos son los
hermanos y padres de muchos a los que he ido dejando por el camino.
Digo que no tengo nada mejor que hacer porque no voy a poder dormir.
No es que no pueda dormir la noche antes de mi propia ejecución, ni
mucho menos. He dormido como un niño pequeño cuando asesiné a mi propio
padre, momentos después de que él mismo matase a mi madre con sus
propias manos. ¡Que puto barbaro! Yo al menos utilicé la culata de mi
fusil. Lo dejé terminar porque yo ya sabía lo frustrante que puede
resultar que te interrumpan mientras cometes el más puro acto de
humanidad. Matar.
Pero vaya, se me está yendo el tiempo y me temo que no soy muy buen
narrador. Soy consciente de que el trance en el que estoy sumergido
tampoco ayuda mucho a que os presente mis ideas de forma clara y
ordenada. En fin, ya es algo tarde para remediarlo. Como iba diciendo,
escribo esta nota porque no voy a poder dormir. Padezco de insomnio.
Siempre lo he padecido, desde que era pequeño. La verdad es que mi
primera muerte fue producto de una de esas interminables noches de
verano. Adjunto a esta nota he dejado escrita una lista de todas las
muertes de las que me considero responsable, directa o indirectamente.
La cifra total asciende a ciento veinticinco.
Si alguien me pidiese que escogiese una entre todas, sin duda me
quedaría con aquel alférez imbécil que un par de muchachos y yo matamos
hace dos años, en Durango. El muy gilipollas sólo pretendía ayudar a
unas señoras a cruzar un pequeño riachuelo. Una de las mujeres estaba
embarazada y a ella también la matamos. La violamos hasta matarla, y
también a la vieja. El alférez se había liado a tiros con nosotros nada
más asomarnos por el camino. Nosotros ni siquiera los habíamos visto,
pero se conoce que él nos había estado vigilando, seguramente rezando
para que no lo viésemos, ni a él ni a las mujeres. El caso es que le
hicimos muchas perrerías. Lo atamos a las ruedas de un carro y le dimos
un par de vueltas por el lecho del río. Lo follamos por el culo con
nuestras bayonetas y le hicimos pasar un carro por encima. Casi podías
oír cómo le crujían los huesos. Finalmente lo echamos de nuevo al río,
para que se ahogara. No creo que se haya salvado.
Coño, menuda mierda es esto de escribir. Se te va el tiempo volando.
No debe de faltar mucho tiempo para que amanezca, ni para que a mi se
me salgan las tripas por la boca. Cuando un pelotón de fusilamiento de
estos cabrones de mierda mata a un hijo de puta como yo, no suele
dispararle a la cabeza, ni tampoco al corazón. Le dispara a los huevos,
a la barriga y a las piernas. Quieren que sufra. Total, al final
acabarán pegándome un tiro en la cabeza para certificar la muerte. No
me da miedo. Sé que no me queda mucho tiempo, pero eso es lo bueno. Al
menos no voy a sufrir. No tanto como algunos de los que me he llevado
por delante.
No os lo vais a creer. Hace escasos minutos han bombardeado el
cuartel y también los calabozos. He oído un par de pepinazos y
múltiples detonaciones. Luego las escopetas y fusiles se han puesto a
escupir balas y un poco más tarde un grupo de soldados (los reconozco,
no son voluntarios) se ha presentado en mi celda y ha comenzado a
hablar en italiano. No entiendo mucho de lo que me han dicho, pero han
sido muy amables, me han dejado seguir escribiendo, para que termine mi
historia. Pero creo que todavía no termina aquí. Me han dicho que me
necesitan en el sur, que muchos maricones pretenden huir en barco y que
les iría bien alguien como yo, alguien que les echase una mano.
Me levanto y me pongo mi abrigo. Sé que a mediodía tendré que
quitármelo, estamos a finales de marzo y el calorcito se va notando ya,
pero a estas horas se agradece llevar algo puesto sobre los hombros.
Termino de escribir estas líneas y prendo fuego a la nota en dónde he
anotado mis ciento y pico víctimas. He olvidado el número exacto. Debe
de ser la excitación de la promesa de una lista mucho más numerosa.
Salgo al patio del cuartel y me dirijo a uno de los oficiales
italianos. «Andiamo».