Inspirado en "Sobre lugares y libros", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/VCNE6khX
El vuelo 673 acumulaba ya dos horas de retraso y tenía toda la pinta
de querer acumular unas cuantas más. Por enésima vez se repantingó en
su incómodo asiento, y de nuevo echó una furtiva mirada, cargada de
lascivia, a las tremendas piernas de la rubia de enfrente. La chica
tendría veintipocos años, más cerca de los veinte que de los treinta, y
correspondía a sus sigilosas miradas abriendo y cerrando muy lentamente
sus sabrosos y húmedos labios, pintados de un rojo que la mayoría de
los hombres consideraría coto privado de las prostitutas y que, sin
embargo, la chica portaba con la misma naturalidad que mienten los
políticos. Más allá de la puerta de embarque los empleados de la
compañía aérea se relajaban fumando un cigarrillo tras otro. Cerró los
ojos y se zambulló en sus pensamientos.
El año en que Belice obtenía su independencia del Reino Unido,
Milton Greene estrenaba su mayoría de edad y lo celebraba abandonando
el pequeño país caribeño en busca de su propia fortuna. Su primer
destino había sido una ruinosa ciudad de Carolina del Norte, en donde
comenzó sus estudios de interpretación, que finalmente abandonaría poco
tiempo después. A sus veintiún años vería publicada su ópera prima,
inspirada en una inquietante historia que su abuelo materno
acostumbraba a contarle durante las interminables noches de la
temporada de huracanes. La intriga databa de los tiempos en que
ingleses y españoles se peleaban a brazo partido por el oro del antiguo
Imperio Maya. Los corsarios ingleses acosaban con sus cañones a los
honrados españoles, que muy diligentemente saqueaban el oro local.
Durante un terrible asedio inglés, una muy importante personalidad
española vio truncados sus días en la pequeña población costera y el
destacamento español destinado en la bahía de Honduras construyó un
suntuoso sepulcro unas pocas millas tierra adentro para honrar la
memoria de tan principal persona.
El sepulcro fue finalmente edificado muchos meses después, y del
cadáver de la muy importante personalidad sólo quedaron sus huesos y
ropas, que al fin pudieron recibir sepultura. Algunos años después,
durante el dominio inglés de la zona, una comitiva de su graciosa
majestad celebró exequias en memoria de uno de sus más respetados
dirigentes. Se quebrantó el sello del panteón y el sarcófago del
anciano español fue hallado abierto, con todos sus huesos esparcidos
por el suelo de la sepultura. A todos los presentes extrañó que la tapa
del ataúd, de piedra maciza, estuviera desplazada de su posición
ordinaria.
El transcurso de los siglos ha visto cómo hasta en cuatro ocasiones
más ha sido quebrantado el sello de la cámara mortuoria, y cómo en cada
una de ellas todos los ataúdes han resultado abiertos, con las pesadas
losas de piedra desplazadas de su original posición. Asimismo, los
restos de cada féretro yacían indefectiblemente al pie de los ataúdes.
Cientos de años después del primer enterramiento, un descendiente
directo de aquel lord británico adquiere la propiedad del viejo
mausoleo, gracias a las ventas millonarias que producen sus numerosas
novelas.
Al abrir de nuevo los ojos se encuentra otra vez a la chica
mirándolo, de hito en hito. Le sostiene la mirada durante un breve
lapso de tiempo y finalmente decide dedicarle una sonrisa. Ella le
corresponde con un precioso gesto, invitándolo a sentarse a su lado,
pero antes de que pueda sentarse a su lado la megafonía del aeropuerto
anuncia el embarque de su vuelo. Cordialmente se saludan con una breve
inclinación y un ligero atisbo de sonrisa mientras se disponen a unirse
a la doble fila de personas que forma delante de la puerta de
embarque. Dentro del avión ella lo busca con la mirada y se sienta
junto él.
—¿Puedo sentarme? —preguntó ella.
—Por supuesto. Apartó su vieja sudadera del Manchester United.
—Dígame. ¿Se quedará usted unos días en Ciudad de Belice? —Ellen
hablaba con un tono cargado de sensualidad y Milton apenas era capaz de
apartar los ojos de sus carnosos labios.
—Lamentablemente no —su voz aparentaba trémula, pero parecía estar
siendo sincero—. He de coger un pasaje para el interior. Mi destino es
Belmopán.
—Ah, ya veo —parecía decepcionada—. Bueno, tal vez en otra ocasión.
Milton no respondió. A duras penas logró despegar sus ojos de los
labios de la chica. Se felicitó por ello y echó un último vistazo a la
terminal del aeropuerto.
—¿Ya había estado en Belice? —Ellen parecía sostener todo el peso de la conversación.
—En realidad me he criado aquí. He vuelto para enterrar a mi madre.
—¡Oh, pobrecito! Es por eso que estás tan pálido, ¿eh? —su interés
parecía real. Su mano pasó rozando el hombro de Milton, dudando si
debía dejarla o no sobre su antebrazo. Finalmente la posó durante un
breve instante.
—Sí, bueno... Es que no soporto los lugares cerrados.