jueves, 29 de noviembre de 2012

EL REGRESO

Inspirado en "Sobre lugares y libros", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/VCNE6khX

El vuelo 673 acumulaba ya dos horas de retraso y tenía toda la pinta de querer acumular unas cuantas más. Por enésima vez se repantingó en su incómodo asiento, y de nuevo echó una furtiva mirada, cargada de lascivia, a las tremendas piernas de la rubia de enfrente. La chica tendría veintipocos años, más cerca de los veinte que de los treinta, y correspondía a sus sigilosas miradas abriendo y cerrando muy lentamente sus sabrosos y húmedos labios, pintados de un rojo que la mayoría de los hombres consideraría coto privado de las prostitutas y que, sin embargo, la chica portaba con la misma naturalidad que mienten los políticos. Más allá de la puerta de embarque los empleados de la compañía aérea se relajaban fumando un cigarrillo tras otro. Cerró los ojos y se zambulló en sus pensamientos.

El año en que Belice obtenía su independencia del Reino Unido,  Milton Greene estrenaba su mayoría de edad y lo celebraba abandonando el pequeño país caribeño en busca de su propia fortuna. Su primer destino había sido una ruinosa ciudad de Carolina del Norte, en donde comenzó sus estudios de interpretación, que finalmente abandonaría poco tiempo después. A sus veintiún años vería publicada su ópera prima, inspirada en una inquietante historia que su abuelo materno acostumbraba a contarle durante las interminables noches de la temporada de huracanes. La intriga databa de los tiempos en que ingleses y españoles se peleaban a brazo partido por el oro del antiguo Imperio Maya. Los corsarios ingleses acosaban con sus cañones a los honrados españoles, que muy diligentemente saqueaban el oro local. Durante un terrible asedio inglés, una muy importante personalidad española vio truncados sus días en la pequeña población costera y el destacamento español destinado en la bahía de Honduras construyó un suntuoso sepulcro unas pocas millas tierra adentro para honrar la memoria de tan principal persona.

El sepulcro fue finalmente edificado muchos meses después, y del cadáver de la muy importante personalidad sólo quedaron sus huesos y ropas, que al fin pudieron recibir sepultura. Algunos años después, durante el dominio inglés de la zona, una comitiva de su graciosa majestad celebró exequias en memoria de uno de sus más respetados dirigentes. Se quebrantó el sello del panteón y el sarcófago del anciano español fue hallado abierto, con todos sus huesos esparcidos por el suelo de la sepultura. A todos los presentes extrañó que la tapa del ataúd, de piedra maciza, estuviera desplazada de su posición ordinaria.

El transcurso de los siglos ha visto cómo hasta en cuatro ocasiones más ha sido quebrantado el sello de la cámara mortuoria, y cómo en cada una de ellas todos los ataúdes han resultado abiertos, con las pesadas losas de piedra desplazadas de su original posición. Asimismo, los restos de cada féretro yacían indefectiblemente al pie de los ataúdes. Cientos de años después del primer enterramiento, un descendiente directo de aquel lord británico adquiere la propiedad del viejo mausoleo, gracias a las ventas millonarias que producen sus numerosas novelas.

Al abrir de nuevo los ojos se encuentra otra vez a la chica mirándolo, de hito en hito. Le sostiene la mirada durante un breve lapso de tiempo y finalmente decide dedicarle una sonrisa. Ella le corresponde con un precioso gesto, invitándolo a sentarse a su lado, pero antes de que pueda sentarse a su lado la megafonía del aeropuerto anuncia el embarque de su vuelo. Cordialmente se saludan con una breve inclinación y un ligero atisbo de sonrisa mientras se disponen a unirse a la doble fila de personas que forma delante de la puerta de embarque. Dentro del avión ella lo busca con la mirada y se sienta junto él.

—¿Puedo sentarme? —preguntó ella.

—Por supuesto. Apartó su vieja sudadera del Manchester United.

—Dígame. ¿Se quedará usted unos días en Ciudad de Belice? —Ellen hablaba con un tono cargado de sensualidad y Milton apenas era capaz de apartar los ojos de sus carnosos labios.

—Lamentablemente no —su voz aparentaba trémula, pero parecía estar siendo sincero—. He de coger un pasaje para el interior. Mi destino es Belmopán.

—Ah, ya veo —parecía decepcionada—. Bueno, tal vez en otra ocasión.

Milton no respondió. A duras penas logró despegar sus ojos de los labios de la chica. Se felicitó por ello y echó un último vistazo a la terminal del aeropuerto.

—¿Ya había estado en Belice? —Ellen parecía sostener todo el peso de la conversación.

—En realidad me he criado aquí. He vuelto para enterrar a mi madre.

—¡Oh, pobrecito! Es por eso que estás tan pálido, ¿eh? —su interés parecía real. Su mano pasó rozando el hombro de Milton, dudando si debía dejarla o no sobre su antebrazo. Finalmente la posó durante un breve instante.

—Sí, bueno... Es que no soporto los lugares cerrados.

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