miércoles, 19 de septiembre de 2012

LEGITIMA DEFENSA

Inspirado en "La juez, el fiscal y el Gorrinín", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/eRbzSrtl

Allison apenas había tocado el primer plato y creía que el segundo tenía mejor pinta, así que se dispuso a probar el rulo de carne con guarnición, aunque sin demasiado entusiasmo. El agente Mallone tampoco parecía tener mucha hambre y ahora encendía un cigarrillo con la colilla del anterior. Su nerviosismo era evidente. Una vez más balbuceó unas pocas palabras ininteligibles. Allison lo miraba con gesto grave y su ansiedad acababa de dar paso a la exasperación. “¿Quieres dejarlo ya? Puede que esto no sea Times Square, pero en este pueblo todo el mundo nos conoce. Haz el favor de hablar más bajo”.

Los poco más de treinta mil habitantes de la pequeña ciudad situada al noroeste del estado de Maine se habían estremecido días atrás por el asesinato de un ayudante del sheriff, supuestamente producido a manos de unos maleantes de la zona. Sin tiempo para reponerse, dos días más tarde, algunos de estos facinerosos serían acribillados a balazos a la salida de un pub local, liquidados por compañeros del agente fallecido. Nadie había visto nada y nadie quiso hacer declaración alguna. Faltaría más. Cómo nadie podría haber visto nada aquel sábado por la noche, con medio pueblo golpeándose en el aparcamiento de los bares de moteros y los drive-in.

Todo había comenzado unos meses atrás cuando Sam Cortigan, el difunto ayudante del sheriff, había perseguido y dado caza, junto con varios compañeros, a los dos compinches que minutos antes habían sustraído varias pertenencias de su coche patrulla, entre las que se encontraban su cartera y el sistema GPS del vehículo. Cortigan se disponía a esposar a uno de los cómplices cuando éste sacó una navaja y le propinó varios cortes en la pantorrilla, haciéndole sangrar profusamente. Mallone intentó mediar en la refriega y también recibió lo suyo, llevándose dos grandes incisiones en el antebrazo; un par de tajos adornaban desde entonces su pómulo izquierdo.

Despojado de toda paciencia Mallone desenfundó su arma, echó a Sam a un lado y se cargó al malvado rufián a sangre fría. El otro bellaco ni siquiera tuvo tiempo de decir “Esta boca es mía”, alguien le había hundido una rodilla en la nuca. Su cuerpo pareció echarse a tierra y hacerse el muerto, como si el agente Mallone fuese uno de esos enormes oso Kodiak de los documentales.

Alguien había visto en el asesinato de James Bidou la oportunidad perfecta para joder a Mallone y a sus chicos, y un gran sector del pueblo se volcó con el juicio del agente, que si bien es cierto que ostentaba la hoja de servicio con más detenciones de todo el condado, no era menos verdad que solía excederse en su cometido, aplicando demasiado celo en el cumplimiento de su deber. Pocas semanas más tarde tuvo lugar la vista oral, y la fecha del juicio quedó establecida pocos meses después.

Todo el proceso resultó ser una farsa, y aunque el juicio se celebraría con un jurado popular, pronto quedó claro que la mayor parte de sus miembros estaba comprada o coaccionada, y que los restantes preferían no meterse en líos en un pueblo en donde los jueces, fiscales y miembros de la policía no pernoctaban con los bajos fondos en un burdo intento por intentar guardar las apariencias. Unas apariencias que se habían perdido hacía bastante tiempo.

El juicio quedó visto para sentencia mucho antes de lo previsto. Ninguno de los agentes que había presenciado la ejecución de Bidou dio a entender que el agente Mallone había abusado de la fuerza ni aprovechado su ventajosa posición, y que la lamentable muerte de James Bidou, un emigrante haitiano sin empleo, tuerto de un ojo, había sido tristemente ocasionada durante un ejercicio de defensa propia, ya que según el criterio de los agentes, Mallone habría muerto de no haberse defendido.

Robert Mallone pagó la cuenta del restaurante y encendió un nuevo cigarrillo. Allison y él habían sido novios durante el instituto, cuando Mallone era un prometedor quarterback y ella soñaba con cambiar el mundo detrás de un púlpito como el que solía utilizar en el club de debate del High Corner Institute. Casi veinte años después el seguía pegando buenas patadas, mientras que ella había renunciado por completo a cambiar nada del mundo que la rodeaba. Su rostro reflejaba una expresión grave y seria, aunque la tierna mirada que le dirigía indicaba que todavía sentía algo por él.

—Acuéstate temprano, Bob. Y afeitate. No querrás presentarte...

—Descuida, lo haré —la interrumpió posando un dedo en sus labios—. Me portaré bien. Ella dejó que mantuviese el dedo sobre sus labios un rato más.

—Y nada de beber. Hoy será mejor que no te pases por el Frampton’s.

—Sólo un trago. Mañana es mi gran día.

Robert Mallone llegó a su casa muy tarde, de madrugada. Se acostó vestido y apenas durmió un par de horas; tenía el tiempo justo para afeitarse y presentarse en el juzgado con unos veinte minutos de antelación, para causar buena impresión. De camino al baño echó un vistazo a su viejo traje de policía, el que había llevado el día de su graduación en la Academia de Boston. Se presentaría ante todos como un agente modelo, para que todo el mundo pudiese ver el daño que le habían hecho todos los rumores y habladurías que se habían vertido sobre él durante los meses que había durado todo el proceso, y durante el cual se había visto despojado no sólo de empleo y sueldo, sino de todo el respeto de la comunidad. Hoy recuperaría ese respeto. Lo recuperaría con creces. No pensaba perdonarles ni un sólo ápice del mismo. Lo tomaría a manos llenas, como en los viejos tiempos.

Salió del cuarto de baño en calzoncillos, recién afeitado, y tras ponerse los pantalones y anudarse la corbata, se enfundó en la chaqueta del uniforme. Se quedó perplejo cuando vio el lamentable estado en que se encontraba una de las mangas de la americana, completamente ajada y llena de tajos aquí y allá. Un profundo dolor recorrió su antebrazo, como si algo lo hubiese seccionado limpiamente. La sangre comenzó a brotar. Estupefacto logró despojarse de la chaqueta, y con horror pudo contemplar cómo la blanca camisa se teñía ahora de un rojo escarlata, empapando su brazo. A tirones fue capaz de desasirse de la camisa, y desconcertado pudo contemplar cómo las viejas cicatrices de su brazo se abrían ahora como la mantecosa carne de un cochino al que abren en canal.

Volvió apresuradamente al cuarto de baño y un grito de horror se ahogó en su garganta cuando presenció cómo las cicatrices de su cara se abrían, lacerando su rostro de forma macabra. Ahora no sólo sangraba por sus viejas heridas, sino que otras más recientes se hendían en su temblorosa carne. Un nuevo tajo le mutiló parte del ojo derecho, que comenzó a supurar un gelatinoso líquido, de aspecto insalubre y pútrido. El ojo parecía ahora un funesto e infecto caramelo relleno de blandiblú. Mallone era ahora presa de un insoportable dolor que recorría todo su cuerpo por las sanguinolentas autopistas que luchaban por desmembrarlo. Incapaz de soportar semejante tortura se arrojó a la calle, deseando terminar sus días con el cráneo aplastado.

Una pequeña multitud comenzaba a amontonarse alrededor del cuerpo del agente Mallone, todavía con vida. El horror fue apoderándose poco a poco de los presentes, que espantados eran testigos de cómo el sanguinolento amasijo de carne que yacía a sus pies se estremecía en busca de un descanso que no le era concedido, helando sus corazones. Finalmente cesó todo movimiento. Durante unos instantes todos se miraban unos a otros perplejos, escudriñando atónitamente cuáles podrían haber sido las causas de tal desgracia.

Al otro lado de la calle, en el parque, un espigado hombre de color se levantaba lentamente de un banco, ignorando el periódico de la mañana, en el que se había filtrado la noticia de la absolución del agente Mallone: “Robert Mallone absuelto. La juez McNutter resuelve legítima defensa. El jurado, clave en el proceso”. El hombre de color atravesó parsimoniosamente la carretera, y echó un vistazo por encima, con su ojo bueno. El otro era de cristal. Con gesto cansado abandonó la improvisada charcutería, arrojando a una papelera cercana un pequeño muñeco vestido de policía, con varios cortes en las mangas y completamente teñido de salsa de tomate.

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