Inspirado en "¿Abraham? ¿Sansón? ¿Dalila?", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/X9MtR9rN
Muchos de los artículos que mi amigo Reverte —eso ha escrito él
mismo, de su puño y letra, en mi copia de “El Tango de la Guardia
Vieja”— ha venido firmando durante los últimos veinte años comienzan
haciendo referencia a una llamada telefónica que recientemente había
mantenido con una de sus numerosas amistades, o bien nos relata cómo la
carta de un amigo le ha hecho rememorar ciertos aspectos de su pasado,
haciéndolo volver de nuevo tras sus propios pasos. Eso mismo he venido
a contaros hoy a todos vosotros.
Al igual que vosotros, incrédulos lectores, yo tampoco recibo cartas
personales, al estilo de la vieja escuela. Las únicas epístolas que
recibo son las frías e impersonales comunicaciones bancarias y de las
compañías de seguros, a excepción de una querida familia amiga mía que
todavía guarda las buenas costumbres y maneras en este maldito mundo,
enfermo hasta el tuétano, y que ha tenido más que a bien felicitarme, a
mí y a mi señora, estas fiestas con tan entrañable muestra de amistad.
Pero no os he venido a hablar de las cartas escritas en papel, sino de
una carta que nunca jamás ha sido escrita. Un email.
El correo electrónico en cuestión venía con matasellos de Japón,
país comedido en sus costumbres y poco dado a los excesos. No creo
recordar haber conocido a la persona que me lo ha enviado, pero ambos
hemos trabajado para un fin común. Tanto él como yo hemos estado
enrolados —a mi se me acabó el chollo cuando me doctoré, justo antes de
verano— en el laboratorio europeo de física de partículas, trabajando
en un bello experimento que lleva el nombre de uno de los físicos más
grandes del siglo XX. Haganme el favor de no pensar en Einstein. El
caso es que Japón y otros muchos países del mundo que ni de puta coña
son cristianos, ni lo han sido —mucho mejor para ellos—, echan estos
días el cierre en muchos de sus negocios, empresas y tareas porque
estamos en Navidad.
Por esta razón es por la que creo que la navidad —lo escribo en
minúsculas a cambio de no mentar a las madres de los jefes de los
grandes almacenes; ustedes pueden escribirla como mejor les venga en
gana— es un poco, tampoco mucho, mejor que otras épocas del año. El
hecho de que muchos de nuestros familiares y amigos tengan unos pocos
días libres (el buen ritmo que llevan Rajoy, Merkel y sobre todo el
infame de van Rompuy y toda su repulsiva cuadrilla de hienas puede
hacer que dentro de muy poco todo cristo tenga demasiados días libres)
en estas fechas es más que suficiente para que el común de los mortales
vea con buenos ojos las comilonas y excesos propios de estos días,
sean cristianos viejos, judíos conversos o moriscos, y es que a nadie
le amarga un dulce.
Lo cierto es que, nos guste o no, los cristianos han ganado la
partida. Lo cierto es que la gran inmensa mayoría de los que estamos
bautizados desconocemos no sólo los más fervientes capítulos de ciencia
ficción que saturan las páginas de las llamadas sagradas escrituras,
sino que también ignoramos muchas referencias históricas y personajes
reales que campan a sus anchas por la biblia, tanto en el antiguo como
en el nuevo testamento, pero eso importa menos que un pimiento. Y es
que el musulmán medio y el judío de a pie son mucho más doctos e
instruidos que el común de los cristianos, y no ignora por completo el
relato de Abraham, por poner un ejemplo, el primero de los patriarcas
postdiluvianos, común a las tres religiones monoteístas del planeta.
Abraham, por cierto, significa «padre de muchos pueblos».
Digo que han sido los cristianos los que se han llevado el gato al
agua porque aunque estas tres religiones se han estado dando palos y
cortado cabezas desde los albores de los tiempos, ni judíos ni moros
han sabido adaptarse aún al devenir de los tiempos. Ya lo dicen los
catalanes: «la pela es la pela». De poco les ha servido a los
musulmanes expoliar el oro africano casi tan afanosamente como más
tarde lo haría el imperio español en la América de los siglos XVI y
XVII, y tampoco ha sabido el avaro judío, en los tiempos que corren,
hacer buena la fama que arrastra de amante del dinero.
Y es que a la hora de la verdad las grandes superficies se
transforman en monstruosas bestias exprimidoras de dinero, a las que
nada importa el credo de sus víctimas, sino sus verdes billetes. Puede
que en el resto del globo no sea tan patente la cosa como lo es aquí en
España, donde hasta el más firme de los republicanos esperaba insomne
la llegada de tres reyes una noche al año, pero lo cierto es que se
puede guiar uno por unos cuantos chivatos infalibles.
Para empezar, los pequeños de ahora no sólo esperan la furtiva
llegada de los tres magos de oriente sino que ya hace unos cuantos años
que se han subido también al carro del entrañable Santa Claus o Papá
Noel, como ustedes gusten. Los padres de las celestiales criaturas
prefieren colmar a sus hijos con excesivas atenciones una o dos noches
al año que sentarse con ellos y darles un poco de educación. Aquí, de
nuevo, la familia que les mencionaba al principio merece de nuevo toda
mi admiración y respeto, ya que no sólo está educando al pequeño Martín
como un pequeño sano y jovial, sino que están cimentando día a día los
ladrillos que han de conformar a un gran hombre. No me cabe ni la
menor duda al respecto.
La cosa va de derroche, porque aunque sea un día al año, y como si
de una boda se tratase, el personal tiene que ir de punta en blanco a
cogerse una buena borrachera. Cuantas de ustedes, señoras mías, no
tienen dos o tres —al menos— trajes de fin de año que se han comprado
sólo para la señalada ocasión. Los hombres son algo más prosaicos que
las mujeres en toda esta vorágine consumista, pero las tornas se
equilibran si metemos en la ecuación las cenas de empresa, de amigos,
de la peña de la quiniela, de la puta que nos parió a todos y del bueno
de pedrín. Lo que no te gastas en una cosa te la gastas en la otra,
pero acabarás cotizando, amigo mío. Ya lo creo que sí.
Que sí, hombre, que sí, que la navidad mola. Y si no que se lo digan
a los pobres judíos y musulmanes, que estos días también se apuntan a
iluminar con más luces y más neones sus tiendas y sus centros
comerciales. Total, de hanukkah y del ramadán nadie va a acordarse, ¿o
sí?