sábado, 15 de diciembre de 2012

EL MÁS TERRIBLE DE LOS ASILOS


Inspirado en "El asilo de Petrinja", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/WTCH4uoE

Han pasado veinte años y todavía me parece que fue ayer. He querido olvidar el día concreto en que echamos abajo la puerta de aquel execrable asilo, pero sé que a poco que me esfuerce, podré evocar todos y cada uno de los horrores que envolvieron aquel terrible episodio de principios de la guerra. Habíamos contemplado infinidad de atrocidades durante los seis meses de servicio que habíamos prestado desde la arbitraria invasión que desencadenó la cruenta guerra, pero ninguno de nosotros esperaba ver durante todo el transcurso del conflicto —algunos todavía lo llaman así; los que lo hemos vivido hablamos de infierno y exterminio— tanto horror y tanta barbarie desatados.

El tufo a cadáver nos sorprendió a todos con los pulmones exentos de aire, y la primera bocanada hizo vomitar a muchos de nosotros, que añadimos nuestra propia náusea a la repugnante alfombra de corruptos excrementos y putrefacciones que trágicamente nos daba la bienvenida a aquella inmunda cripta. Uno de mis compañeros de escuadrón fue el primero en echarse el fusil al hombro y ayudar a los ancianos, que días antes habían sido abandonados por los cuidadores del asilo. Se habían llevado a los que podían caminar y al resto los contemplamos horrorizados, sin saber muy bien qué hacer con ellos.

Entre los cadáveres en descomposición podían verse aún los restos de Las mil y una noches, el cantar de Mio Cid o el propio Beowulf, todos ellos víctimas del infame abandono de sus cuidadores. Otros muchos presentaban un estado al borde mismo de la muerte, tal era el caso de las Novelas Ejemplares, la divina comedia y la Odisea, que muy pronto verían ponerse el sol en sus vidas. Algunos ancianos todavía podrían salvar sus vidas, aunque deberían pagar el terrible peaje que el abandono había causado en sus llagados miembros, en sus maltratados órganos y, en algunos casos, en su maltrecha y desamparada sique.

Todavía sigo teniendo pesadillas y sé que jamás podré reponerme del todo de la terrible experiencia que todos nosotros vivimos durante aquel aciago episodio de la guerra. Muchos compañeros de aquel escuadrón de la muerte —lo bautizamos así al alejarnos de aquel infame templo del desamparo— no han podido seguir adelante y han puesto fin a sus vidas de forma prematura. Yo también he pensado seguir su ejemplo, aunque nunca he tenido valor para empuñar la H&K USP del cuarenta y cinco que descansa justo al lado de Cantares Gallegos y de una vieja edición del Quijote.

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