Inspirado en
"El misterio del 'Castillo Montealegre'", de Arturo
Pérez-Reverte,
Artículo en
"Patente de Corso": http://t.co/nBDIDsj4Ye
Inspirado en
"La consejera y la catedrática", de Arturo
Pérez-Reverte,
Artículo en
"Patente de Corso": http://t.co/PP9MosPPxh
Sentado
en su viejo escritorio, el que había usado casi veinte años atrás, el pistolero
aporreaba incesantemente las gastadas teclas de su viejo portátil. Su
astigmática vista le sugería irse a hacer puñetas delante del televisor o a
leer el libro de la Conconstrina, pero no le recomendaba seguir con la tecla.
El libro de marras era el segundo que leía de Nieves y, junto con Juan Eslava,
la mujer era una de las autoras más refrescantes que se había echado a la cara
en los últimos años. Dejó volar un rato más su imaginación y volvió a fijar su
atención en lo que estaba haciendo: escribir el relato semanal inspirado en el
artículo de Pérez-Reverte. Recordó lo que una chica le había preguntado durante
un delicioso encuentro que había mantenido el lunes por la tarde con unos
muchachos de instituto: “¿Por qué siempre escribes sobre Reverte?”. Había
respondido a esa y a otras preguntas con total sinceridad. No escribía sobre
Reverte. Cogía una idea, una palabra, un objeto de los artículos del maestro y
a partir de ahí, creaba su propio mundo, su relato semanal. A veces también le
daba por los ensayos. Con alguno se divertía bastante y su faceta de
aleccionador, de pedante profesor de andar por casa, se vía satisfecha durante
unos cuantos días. A veces no le duraba ni un par de horas, pero casi siempre se
entretenía escribiendo esas pequeñas y divertidas historias.
Esta
semana le tocaba escribir sobre un naufragio, sobre un desalmado que había
ordenado torpedear una embarcación neutral. Nazi tenía que ser, se dijo. Estuvo
toda la semana dándole vueltas al asunto, pero no se le ocurría nada fresco,
novedoso. ¿Acaso se estaba apagando el sol que tan fulgurosamente había
brillado en su interior durante los últimos meses? Y la verdad es que ya había
escrito sobre naufragios, sobre nazis y sobre personas desalmadas, como si una
cosa no fuese indisolublemente ligada con la otra. Echó mano entonces del
ignoto artículo de la semana siguiente. Una nueva historia sobre lo mal
estructurada que estaba España. Un nuevo ejemplo de la necedad colectiva y de
la individual. Le encantaba leer cosas así en los artículos de Reverte pero por
desgracia también había escrito sobre ello y temía no sólo volver sobre sus
pasos, sino no aprender nada de ello. Así que decidió darse un pequeño respiro
e improvisar. Tal vez Chávez pudiera resultar un gran tema sobre el que
escribir. ¿Quién sabe? A lo mejor el personal estaba receptivo y se podría
meter entre pecho y espalda una perorata sobre Bolívar, Pizarro o alguno de los
genocidas que camparon a sus anchas por Sudamérica en esos primeros años de
cristianización del continente americano, en busca de la gloria del impero y de
la suya personal, incansables tras el mítico Dorado.
¿Qué
contar de Chávez? Algunos amigos suyos elogiaban su persona, lo lloraban e
incluso echaban de menos la figura de un Chávez local. El pistolero pasaba. Le
daba lo mismo. Ahora estaba muerto y pronto sería polvo. Es ley de vida. A los
muertos es mejor dejarlos tranquilos, pero el pistolero era incapaz de dejarlo
estar, al menos en su fuero interno. El debate había comenzado en sus entrañas
y las cartas estaban todas sobre la mesa, aunque todavía nadie se hubiese
molestado en darles la vuelta. El difunto encajaba perfectamente en el perfil
populista que tanto gusta a los socialistas, ya sean de verdad o de boquilla. El
comandante había quitado de la pobreza a muchos compatriotas y había
nacionalizado en tiempo récord gran cantidad de los recursos naturales y económicos
de su país, lo que, nos guste o no, es siempre algo positivo. Había plantado
cara al gigante norteamericano y eso también había sido meritorio. Hugo incluso
había llegado a ganarse la tirria del Borbón y también eso era de admirar,
aunque no resultaba suficiente. No al menos para los criterios del pistolero.
No por haber luchado contra Hitler era uno buena persona. Ese era el problema
(uno de los muchos) de los acérrimos comunistas. Stalin había sido tan genocida
o más que el propio Adolfo pero, como son las cosas, mucha gente sigue llevando
chapas y llaveros del infame Joseph sin que nadie se atreva a procesarlos. Y
eso que su sucesor, el amigo Kruschev (o Jrushchov, como ustedes prefieran), se
encargó de llamarle de todo menos bonito en aquel famoso discurso del sesenta y
tres.
Antes
de continuar, el pistolero echó un vistazo por la ventana y se sorprendió al
ver que la lluvia había remitido, y de inmediato volvió a depositar toda su
atención en el procesador de textos. En el reproductor de audio sonaba Queen.
La famosa canción de la aspiradora. ¿Recuerdan? Un último vistazo por la
ventana y al tema. Habíamos dejado al pistolero pensando en Chávez, Stalin y
Kruschev, aunque fuese Hitler el que había llevado una existencia más paralela
a la del comandante. Para empezar ambos habían tratado de sentar sus posaderas
en el trono presidencial mediante la sana costumbre del golpe de estado. Ambos
se habían pasado por la cárcel, condenados a dos añitos de reflexión, tras los
cuales se dieron cuenta de que la violencia no era el camino. No al menos a la
vista de todo quisqui. Huguito y Adolfito, Adolfito y Huguito salieron de la
trena con cara de buenos niños, prometiendo portarse bien. Nada más lejos de la
realidad. En cuanto pudieron (ambos tardaron más o menos lo mismo, unos seis
años; otro dato curioso, ¿verdad?) se alistaron en el partido subversivo de
turno y asaltaron el poder, de forma más o menos ordenada, legal y, digámoslo
todo, con el apoyo de las urnas. Ya los tenemos mandando.
Ahora
Hugo y Adolfo mandan en sus respectivos. Ambos habían atacado la república pero
ambos supieron aprovecharse del sistema y consiguieron sentar sus, ahora sí,
felices traseros en el rojo terciopelo de los sillones presidenciales. Pero lo
jodido viene ahora. Gobernar. Ambos prometieron pan al hambriento y ambos
cumplieron su promesa. Ambos acabaron también con las libertades individuales
de sus pueblos. Y es que ni a Chávez ni a Hitler le molaba mucho la oposición
ni los medios de la misma. No seamos ahora más papistas que el Papa al decir
que tanto uno como otro acabó ordenando su nochecita de los cuchillos largos, ya
que en el caso del venezolano apenas se han podido constatar los hechos ni hay
literatura fiable al respecto. Pero sigamos. Habíamos dejado a nuestros amigos
dando pan a los pobres y coartando las libertades individuales del personal. ¿Periódicos
disidentes? Fuera. ¿Radios poco o nada afines al régimen? A hacer gárgaras. ¿Queréis
sindicatos? A la porra con ellos. Y mientras tanto la moneda de unos y de los
otros no vale ni para limpiarse el culo, la inflación subiendo como la espuma y
cada vez los discursos más encendidos, contra el culpable judío uno y contra el
pertinaz capitalista el otro que, aunque ambos con cierta razón, no era para
ponerse así, hombre.
A
la mente del pistolero volvió la idea de los polos opuestos. De las energías
encontradas, de las posiciones irreconciliables. De nuevo pensó en Hitler, en
Stalin, en Franco y en la madre que los parió a todos. Pensó en lo curioso que
resulta la visión que tiene la gente y la historia de uno u otro líder político,
guerrillero o mesías de turno según esté de uno y otro lado. A veces, se dijo,
resulta incluso fácil. Miren sino el caso de Mussolini. No cree el pistolero
que haya nadie que se haga estampitas con la figura del Duce, por muy descerebrado
que sea. Le sorprende, sin embargo, lo bien parado que ha salido de la historia
el hijo puta de Stalin (al menos eso sucede a veces cuando alguien saca el tema)
y lo mal parado y escocido que ha salido de la misma uno de sus grandes hijos,
Napoleón Bonaparte. El corso, pensó el pistolero, tuvo muy mala suerte al
mantener a su lado a gentuza como Murat o al infame hijo de puta de Talleyrand.
El resto, lo hizo todo de puta madre. ¿No están de acuerdo? Echen un vistazo a
los semáforos, a la arqueología, al numerado de las calles, divididas en
números pares e impares según la acera de la misma, a la mayoría de las
constituciones europeas (basadas en el código Napoleónico), a la separación de
iglesia y estado, la aconfesionalidad de Francia, a la Academia de Ciencias
francesa y a toda la porrada de progreso que ha traído el pequeño corso. La
madre que lo parió, pensarán muchos. Gente que no se ha leído un libro en su
puta vida, pensarán otros.
El
pistolero abandonó de golpe sus pensamientos. Tenía mucho trabajo pendiente y aún
tenía que pensar en algo que poder ofrecerles a los Erizos del club de lectura.
Les había propuesto escribir una historia en común pero lo cierto es que estaba
completamente desubicado. Tal vez lo más sensato sería dejar que los muchachos
le propusiesen un tema sobre el que escribir y a partir de ahí tirar millas.
No, se dijo. Voy a sorprenderlos. Creo que lo mejor será regalarles algo en
forma de relato. Tal vez… Sí. Ya lo tenía. Echó un nuevo vistazo por la ventana
y un esplendoroso rayo de sol le cruzó el rostro. Se puso a escribir de
inmediato.
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