Fue entonces cuando el guerrero ronin dio
por perdida la batalla. Suavemente retiró el filo de su forjada katana, con un
suave y grácil movimiento descendente, que acabó por desarmarlo. Su oponente,
con la fría meticulosidad de lo cotidiano, separó su cabeza del tronco de su
ahora sí, ex-propietario. Su último pensamiento fue para la pequeña Saiko, que
pronto sería liberada en cuanto la noticia de su muerte llegase a oídos del
señor feudal. El viejo muere y la niña vive. Le parecía justo. Una macabra
sonrisa parecía atisbarse en sus ya fríos labios, separados unos dos metros y
medio de su cuerpo.
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