El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso. Me hundo y siento cómo la
presión aumenta sobre mi cuerpo y mi mente comienza a perder el dominio de sí
misma. Unos metros más y ya no podré aguantar la respiración. La temida y
placentera sensación de borrachera comienza a apoderarse de mí y ahora poco
importan la traición y la infidelidad de mi mujer, que me ha vendido por unas
pocas piedras preciosas. Un enorme blanco se dispone a echarme de este mundo a
dentelladas, pero parece pensárselo dos veces al verme tragar agua y sonreírme
cual poseso al pensar en el regalo que he dejado en cubierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario