Inspirado en "Colmillos en la memoria", de Arturo
Pérez-Reverte,
Artículo en
"Patente de Corso": http://t.co/OZ4uTMeH
Nos
cuenta don Arturo esta semana la historia de Sherlock, un bonito can que se ha
llevado a casa procedente de la perrera y a mí me tocaría, en justicia, narrar una
bonita e incluso curiosa historia acerca del nombre del perro, o hablaros de
una famosa batalla que tuvo lugar muchos años atrás muy cerca de la región de dónde
es oriundo el cánido. Podría llegar incluso a tejer para vosotros una
intrigante y peliaguda historia con Holmes como protagonista, escoltado siempre
por el buen doctor Watson, pero no me da la gana. Resulta que ya he escrito
este año cuatro historias sobre perros y no hace demasiado tiempo que hemos
estado de visita en el 221B de Baker Street, así que de momento creo que
podremos posponer una cosa y otra. Planeo mezclar ambas cosas en un futuro no
muy lejano, pero creo que me irá bien dejar que entretanto pase un poco de
tiempo. Así que, después de todo, os preguntaréis, ¿de qué cojones va a
hablarnos hoy este capullo? Pues hoy os voy hablar de Carlitos.
Nos
pasamos por casa de Carlos por la tarde, después de un obligado y placentero paseo (todo hay que decirlo) por un parque
local, luego de meternos entre pecho y espalda media tonelada de cocido gallego
(ni madrileño ni pollas, ¡gallego!) y bastantes más filloas de las que
debiéramos. El caso es que siempre que nos juntamos en casa de Carlos nos lo
pasamos de puta madre o, como diría un cursi, pipa. Inmediatamente nos pusimos
a ver videos en el youtube (como casi siempre), empezando por los magos y
mentalistas de moda. Y claro, para variar, nos partimos el culo. Como siempre
que vemos videos en youtube. O una película o un documental. Para el caso es lo
mismo, vaya.
No es que el mago o el mentalista fuesen graciosos ni mucho menos (el mago
tiene pinta de enfermo; de mal nutrido y de algo más) pero, como siempre pasa
en estos casos, el personal tiene más gana de cachondeo que de otra cosa. Y es
que resulta imposible ver nada con Carlos sin que uno se descojone. En cierta
ocasión casi nos meamos de la risa intentando ver Terminator. Sí, Terminator. ¿Recuerdan
la escena de la persecución a toda hostia por la ciudad, con los coches hechos polvo?
Pues Carlos y el cabrón de mi hermano no paraban de fingir una supuesta
conversación entre el T800 y el padre de John Connor (no le he jodido la peli a
nadie, ¿verdad?), en dónde uno le pedía al otro (a tiros, eso sí) los papeles
del seguro. Volví a darles otra oportunidad con El Exorcista, pero fue peor el
remedio que la enfermedad. Tengo peor presencia de este episodio pero recuerdo
perfectamente que tuvimos que ver la escena de la papilla de guisantes unas
quince veces, a santo de los malos modales de la niña y de lo derecha que
andaría con unas buenas hostias. En fin, que cuando no se puede, no se puede.
Lejos de quedarnos flipados con los prodigios de los prestidigitadores (que
también, oiga), nos moríamos de risa comentando todas y cada una de las jugadas
de los amigos que salen en Discovery Max. Y es que el hipnotismo da mucho
juego. La gente parece de trapo en manos de estos julais, y la verdad es que
los trucos son buenos de cojones, aunque a los productores ya les vale. Yo
entiendo que la gente tiene que dejarse llevar por el mago y que eso de
distraer la atención es punto vital, pero lo cierto es que la mitad de la peña
a la que le hacían los trucos parecía bebida. Y mucho.
Un poco hartos ya del mago y del mentalista decidimos cambiar de tercio.
Para bien. Se nos ocurrió buscar videos graciosos (seguimos en youtube, no se
me despisten) y claro, al final acabas viendo siempre los mismos videos (súper graciosos,
eso sí) de tortazos y de caídas. Hasta que dimos con la tecla. Atención. Buscad
esto en el youtube, amigos: “driving russia”. Da igual que lo busquéis en
castellano, en inglés o en ruso, hay vídeos para parar un tren. Y te meas de
risa. Garantizado.
En este último tramo de nuestra improvisada “jam session” de youtube nos
descojonamos con las hostias y leñazos que se meten en Rusia, que son para
verlas, insisto. Y la verdad, ahora entiendo aquella noticia que no hace tanto
tiempo vi referida en un noticiario y que decía que en Rusia ahora es moda
llevar una cámara adosada en el salpicadero. Por lo visto hay hostias cada dos
por tres y buena falta les hace para los juicios. Hay de todo. Medianas que se
pasan por el forro, Fitipaldis a doscientos por la ciudad adelante, camiones
volcados, adelantamientos por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo.
Coches, motos, camiones, autobuses y hasta reactores y helicópteros. Están que
lo regalan estos rusos. Digo yo que irán todos borrachos porque no se entiende la
terrible cantidad de accidentes que hay. Háganme caso, vean un par de videos y
pártanse el culo.
Pensaba yo que después del test drive ruso ya no me quedarían ganas de
reírme más pero estaba muy equivocado. Lo mejor estaba aún por llegar. Ya fuera
de casa de mi amigo nos despedimos (ellos se iban a tupir de churrasco y
nosotros lo haremos mañana) cuando oímos a una señora llamar a grito pelado a
un tal Carlitos. Yo en principio miré a mi amigo Carlos pero inmediatamente me
puse a buscar con la vista a un niño pequeño. Pero la sorpresa resultó
mayúscula (y también la carcajada) cuando la señora dirigió sus gritos a un
pequeño perro (de esos que por aquí llamamos lambeconas) llamado ¡¡Carlitos!! La
madre que la parió, señora, ¿pero cómo se le ocurre llamarle al perro Carlitos?
A mí me dio la risa y, sin poder contenerme, me descojoné de Carlitos, de su “madre”
y de lo cruel que puede ser la vida, incluso para un pobre perro llamado
Carlitos. Lo peor llegó cuando la mujer, en lo que sin duda pretendió ser un
hermoso y maternal gesto, llamó al perro por su diminutivo. ¡¡Litos!! ¡¡Litos!!
Os juro que el resto del camino lo hice pensando que me meaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario