Inspirado en "Dunkerke y Melilla (por ejemplo)", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/C8XkyerP
Tal día como hoy, el 23 de Octubre de 1940, se reunían en Hendaya,
en la estación de trenes de la localidad fronteriza francesa, dos
pequeños pero matones dictadores. Dos grandísimos hijos de puta, oiga.
Dos pobres hombres que habían venido a este cruel mundo con un solo
cojón y, claro, aprovechaban cualquier ocasión para que el personal no
se percatase de su falta de huevos.
Aquella reunión de Hendaya no sirvió para nada. Cada uno de ellos se
subió al famoso vagón del «Erika» —en el que había llegado Adolfo
desde París, unos minutos antes de que se presentase el Generalísimo—
con un monólogo preparado y de ahí no hubo dios que bajase de la burra a
ninguno de los angelitos. Y eso que días antes habían mandado a sus
respectivos ministros de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer y
Joachim von Ribbentrop, el mismo que un año antes había firmado con su
homónimo ruso el famoso Pacto Ribbentrop-Molotov. Famoso por ser un
pacto de mentirijillas, ya se sabe.
Para simplificar mucho la cosa diremos que Hitler pretendía que
Franco diera al Tercer Reich el visto bueno para invadir la estratégica
Gibraltar (planeada para el 10 de enero de 1941) y que cediese una
isla en Canarias y otra en Guinea Ecuatorial, por eso de la supremacía
naval. Quería también establecer una o dos bases militares en
territorio español. Franco, por su parte, se tiró de la moto e imploró
al führer que le cediese media África septentrional y un cachito de
Francia. Si más tarde Hitler se hacía con Gibraltar, Franco también se
la pedía.
Franco sabía que Gran Bretaña no estaba vencida y que Estados Unidos
pronto entraría en la contienda, así que echó para atrás el deseo de
Hitler de tomar el Peñón. El führer, por su parte, no quería
enemistarse con Petain ni con Mussolini, así que lo de ceder los
citados terrotorios a España, como que no. Lo cierto es que Hitler
habría podido darle a Paco lo que el Generalísimo le hubiera pedido,
sin temer para nada lo que por un lado el traidor de Petain o el
teatrero de Mussolini —ya os hablaré de este pájaro en otra ocasión,
que da para mucho el tío— dijeran o dejaran de decir. Porque hay que
ver lo inútiles que salieron los muchachos.
El gabacho ya se había bajado los pantalones ante Hitler unos meses
antes, en el mismo vagón en el que Alemania había firmado los
armisticios de 1918. Durante años los franceses anduvieron paseando el
vagón por todo París, pavoneándose del amaño que habían hecho firmar a
von Hindenburg, para dejarlo en 1927 en un museo. Hitler lo mandó
quitar del museo y allí firmaron el armisticio de 1940 él y el amigo
Petain. Acto seguido mandó volar el vagón. Luego Petain condenaría a
muerte a Charles de Gaulle, emigrado a Inglaterra, aunque ya se sabe,
luego De Gaulle volvió triunfal a Francia e incluso perdonó la vida de
Petain, condenado a muerte por alta traición. Hoy De Gaulle tiene un
aeropuerto y el Petain sigue sin tener vergüenza.
Hitler también quiso encontrarse con Winston Churchill y proponerle
un apaño bastante guapo, en palabras del bigotudo. Hitler dejaría a
Inglaterra y a su Commonwealth que piratease por los mares de todo el
mundo (bueno, por el Mar del Norte y poco más) siempre y cuando el
formidable gordito dejara que Hitler campase a sus anchas por toda
Europa, algo que ya casi pudo hacer el solito. Churchill tubo que
soportar ver como ardía su querida Londres, noche tras noche, durante
86 interminables jornadas. Y es que Hitler sabía como presionar a la
peña.
Franco terminó por mandar a la famosa División Azul a luchar contra
el enemigo comunista aunque, eso sí, los disfraces y los juguetes los
ponía Alemania. Mussolini acabó colgado por las patas de atrás, junto
con su última amante, en una gasolinera de Milán. Le dieron tantas
hostias que al final se le hinchó la cara como una pelota de
baloncesto. En cuanto a Churchill, mandó a tomar por el culo a Hitler y
guió a los aliados a la victoria. Más tarde recibió el Nobel de
Literatura por contarnos cómo había sido eso de la Segunda Guerra
Mundial, exactamente por "su dominio de la descripción histórica y
biográfica, así como su brillante oratoria en defensa de los valores
humanos". No dejen, si tienen ocasión, de acercarse a la obra de Sir
Winston Leonard Spencer-Churchill. Merece la pena.
Amigo, demuestra usted, nuevamente, lo mucho que le gustaba de pequeño jugar a los Arganboys(?) y lo apasionante que le resulta la 2ª y sus distintas batallas y triquiñuelas. Como usted ya sabe, yo sigo opinando que Pepe era peor que Adolfo,jejeje. Saludos cordiales, compañeru.
ResponderEliminarQuerida Aida, ¿tal vez me haya usted confundido con otro Lucas? No se preocupe, no me he molestado ni mucho menos, sólo deseo hacerle saber que es posible que haya usted incurrido en un pequeño error de identificación. No obstante, y ya que lo menciona, le diré que efectivamente soy un apasionado de la WWII. En cuanto a lo de quién será mejor, si Franco o Hitler, yo opino que no hay por qué escoger entre dos grandísimos hijos de puta. Porque lo han sido, y mucho.
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