miércoles, 31 de octubre de 2012

UNO DE LOS NUESTROS


Inspirado en "El francotirador precoz", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/EcBXEWbv


Si estás leyendo esto, es que estoy muerto, así que me importa una mierda lo que puedas pensar de mi. A pesar de todo voy a contarte mi historia, no porque piense que necesite contarla antes de dejar este mundo de mierda, ni tampoco porque crea que si no la cuento yo, nadie se hará cargo de ella. ¡Que vá, hombre! Te la voy a contar porque no tengo otra cosa mejor que hacer hasta que llegue el amanecer, cuando sea sumariamente ejecutado por un pelotón de fusilamiento que yo mismo he escogido, hombre por hombre. No es que haya ido casa por casa eligiendo uno por uno a mis asesinos; más bien han sido ellos los que me han escogido a mi, con motivo de mis acciones. Ellos son los hermanos y padres de muchos a los que he ido dejando por el camino.

Digo que no tengo nada mejor que hacer porque no voy a poder dormir. No es que no pueda dormir la noche antes de mi propia ejecución, ni mucho menos. He dormido como un niño pequeño cuando asesiné a mi propio padre, momentos después de que él mismo matase a mi madre con sus propias manos. ¡Que puto barbaro! Yo al menos utilicé la culata de mi fusil. Lo dejé terminar porque yo ya sabía lo frustrante que puede resultar que te interrumpan mientras cometes el más puro acto de humanidad. Matar.

Pero vaya, se me está yendo el tiempo y me temo que no soy muy buen narrador. Soy consciente de que el trance en el que estoy sumergido tampoco ayuda mucho a que os presente mis ideas de forma clara y ordenada. En fin, ya es algo tarde para remediarlo. Como iba diciendo, escribo esta nota porque no voy a poder dormir. Padezco de insomnio. Siempre lo he padecido, desde que era pequeño. La verdad es que mi primera muerte fue producto de una de esas interminables noches de verano. Adjunto a esta nota he dejado escrita una lista de todas las muertes de las que me considero responsable, directa o indirectamente. La cifra total asciende a ciento veinticinco.

Si alguien me pidiese que escogiese una entre todas, sin duda me quedaría con aquel alférez imbécil que un par de muchachos y yo matamos hace dos años, en Durango. El muy gilipollas sólo pretendía ayudar a unas señoras a cruzar un pequeño riachuelo. Una de las mujeres estaba embarazada y a ella también la matamos. La violamos hasta matarla, y también a la vieja. El alférez se había liado a tiros con nosotros nada más asomarnos por el camino. Nosotros ni siquiera los habíamos visto, pero se conoce que él nos había estado vigilando, seguramente rezando para que no lo viésemos, ni a él ni a las mujeres. El caso es que le hicimos muchas perrerías. Lo atamos a las ruedas de un carro y le dimos un par de vueltas por el lecho del río. Lo follamos por el culo con nuestras bayonetas y le hicimos pasar un carro por encima. Casi podías oír cómo le crujían los huesos. Finalmente lo echamos de nuevo al río, para que se ahogara. No creo que se haya salvado.

Coño, menuda mierda es esto de escribir. Se te va el tiempo volando. No debe de faltar mucho tiempo para que amanezca, ni para que a mi se me salgan las tripas por la boca. Cuando un pelotón de fusilamiento de estos cabrones de mierda mata a un hijo de puta como yo, no suele dispararle a la cabeza, ni tampoco al corazón. Le dispara a los huevos, a la barriga y a las piernas. Quieren que sufra. Total, al final acabarán pegándome un tiro en la cabeza para certificar la muerte. No me da miedo. Sé que no me queda mucho tiempo, pero eso es lo bueno. Al menos no voy a sufrir. No tanto como algunos de los que me he llevado por delante.

No os lo vais a creer. Hace escasos minutos han bombardeado el cuartel y también los calabozos. He oído un par de pepinazos y múltiples detonaciones. Luego las escopetas y fusiles se han puesto a escupir balas y un poco más tarde un grupo de soldados (los reconozco, no son voluntarios) se ha presentado en mi celda y ha comenzado a hablar en italiano. No entiendo mucho de lo que me han dicho, pero han sido muy amables, me han dejado seguir escribiendo, para que termine mi historia. Pero creo que todavía no termina aquí. Me han dicho que me necesitan en el sur, que muchos maricones pretenden huir en barco y que les iría bien alguien como yo, alguien que les echase una mano.

Me levanto y me pongo mi abrigo. Sé que a mediodía tendré que quitármelo, estamos a finales de marzo y el calorcito se va notando ya, pero a estas horas se agradece llevar algo puesto sobre los hombros. Termino de escribir estas líneas y prendo fuego a la nota en dónde he anotado mis ciento y pico víctimas. He olvidado el número exacto. Debe de ser la excitación de la promesa de una lista mucho más numerosa. Salgo al patio del cuartel y me dirijo a uno de los oficiales italianos. «Andiamo».

No hay comentarios:

Publicar un comentario