Inspirado en "Aquel malvado y digno Drácula", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/LUgnjc6i
Querido lector, es para mi un placer volver a verte por estas
páginas. Una vez más te invito a que goces con las maravillas que se
esconden tras estos párrafos, a que te estremezcas con los horrores que
te he preparado y, ¿por qué no?, a que reflexiones durante el breve e
intenso instante que te ocupe leer estas modestas líneas que, de alguna
manera, son tuyas y mías a un mismo tiempo.
Como bien has podido ojear al principio de la narración, la historia
que hoy te acerco es un relato veraz, aunque provenga del mismo lugar
que todas las otras historias que hemos compartido hasta el momento: de
mi imaginación. No ignoro, querido lector, que te percatas de la
estrecha similitud que existe entre una persona mentirosa y un creador
de historias, y lo cierto es que ambas especialidades se sustentan
sobre la misma base. A saber, la complicidad de una tercera persona.
Uno no puede mentirle a alguien que no esté dispuesto a tragarse el
anzuelo y tampoco se puede pretender escribir una historia si nadie se
va a tomar la molestia de leerla. Es por esto que hoy no sólo te traigo
una historia verdadera, sino que además te voy a mostrar cómo se
construye.
Pueden contarte mil cosas acerca de cómo se escribe un cuento o un
relato, una novela o un ensayo, pero lo cierto es que sólo existen dos
formas de hacerlo. Totalmente opuestas, tal y como yo lo veo. Por un
lado tenemos al artesano, que planea todos y cada uno de sus
movimientos, como si de un ajedrecista se tratase, y por otro lado
tenemos al artista, que tiene más que suficiente con un golpe de su
varita mágica (las musas, la inspiración, ...) para escribir de corrido
relatos, ensayos, novelas e incluso colecciones completas. Ambos son
virtuosos y deben ser considerados como tal, pues tanto el artista como
el artesano comparten objetivo y objeto de ser: el arte de narrar
historias.
Este humilde servidor tuyo trata de hacer las dos cosas, en la
medida en que le resulta posible, si bien tiene mucha más tendencia al
artista que al artesano. Me he propuesto muchas veces, demasiadas,
trabajar de forma habitual y cotidiana, aunque jamás lo he podido
lograr. Sigo prometiéndome a mi mismo que algún día seré capaz de
confeccionar un horario de trabajo, más o menos razonable, que pueda
cumplir con el paso del tiempo. De momento tendré que contentarme con
escribir a rachas, como he venido haciendo desde que nos citamos de
cuando en vez en estas páginas.
El mayor problema que uno tiene que afrontar al escribir por rachas
es que depende enormemente de sus sensaciones, llegando en numerosas
ocasiones a verse esclavo de ellas. Las emociones te imposibilitan, te
impiden escribir y no sólo te interrumpen la concentración, sino que
coartan tu capacidad de inventiva. Acaban por anularte y te mentiría si
te dijera que he aprendido a vivir con ello. Es horrible. Así, si uno
tiene un mal día, como el que he tenido yo hoy, es muy difícil que
logre sacar algo bueno de su sesera. Uno acaba siendo consciente, a
través de la experiencia, que es mejor no darle vueltas. Sal a dar un
paseo, hazte una paja o lee algo. Cualquier cosa, pero ni se te ocurra
pensar en que puedas escribir algo. Estás condenado miserablemente al
fracaso.
Aunque tenga cierta tendencia a un determinado tipo de relato, o a
un tipo concreto de personaje, no pretendo escribir siempre sobre lo
mismo, y me gustaría que diferentes lectores como tú, con diferentes y
variadas expectativas, se pudiesen encontrar en estas páginas
tuyas/mías los más variados temas y situaciones. La razón es simple.
Imagina que en tu casa recibes visitas muy a menudo. No estaría bien
que siempre invitases a tus visitas a pastas o a ganchitos. Sería una
buena idea que tuvieses a mano unas birras, unas patatas, un par de
chorizos, un poco de pan, …, tú ya me entiendes. De la misma forma que
sería una buena idea no sólo tener música negra de los años veinte en
tu iTunes. Bájate un par de discos variados y podrás comprobar cómo tus
visitas te lo agradecen. Es lo que yo llamo el ejemplo de la caja de
galletas «Surtido Cuétara». Se tiene que dar muy mal la cosa para que a
uno de tus invitados no le guste ni una sola de las galletas del
surtido.
Por todo ello la historia que os relato hoy es la siguiente:
«Edahul el Grande reinaba sobre todos los mundos y sobre todas las
eras, pero una profecía perturbó la paz universal, prolongada durante
miles de millones de años. El oráculo había predicho que Kalithi, el
hijo que Edahul había engendrado con una hembra mortal, moriría a manos
de su propio hermano, el tétrico señor de las tinieblas Mibarck. La
muerte de Kalithi desencadenaría una guerra que traería consigo el
ocaso de la sagrada orden del Fanganor, cuyo paladín era Edahul el
Grande.
»Cuando Kalithi hubo cumplido los veintitrés años su padre se le
apareció al mozo y a su madre, preveniéndoles de las malvadas
intenciones del pérfido Mibarck. Edahul agasajó al hermoso Kalithi con
una espada de oro y lo envió tras los pasos de su hermano, a través de
los helados pasos del norte de Debanen. Kalithi persiguió con empeño y
persistencia a Mirbarck durante más de dos ciclos, pero las huellas de
su hermano sobre la nieve rara vez eran recientes y muchas veces tuvo
que volver sobre sus propios pasos, temiendo perder la pista de su
presa.
»Viendo cada vez más cerca su declive, Edahul concedió a Kalithi el
dominio del tiempo, mientras que a cambio otorgaba a Mirbarck el don de
la invisibilidad. Finalmente Kalithi acortó la distancia que lo
separaba de su hermano y al fin pudo verlo a lo lejos, en medio de una
tormenta de hielo. Se acercó a él con su espada desenvainada, rápido
como el trueno, y lo atravesó de parte a parte. La sangre del joven
Kalithi se desparramaba sobre el blanco manto de nieve, sustrayendo la
poca vida que quedaba en sus entrañas.
»La muerte del bello Kalithi no desencadenó guerra alguna, aunque la
cabeza del oráculo rodó por el suelo del palacio de Edahul el Grande.
Tras ella rodó también la cabeza del paladín de Fanganor, cortada con
una dorada espada, empuñada por el nuevo señor de los tiempos y de las
eras, el maquiavélico Mibarck. Desde entonces el hombre ha dejado de
creer en dioses y en sus benéficas atenciones. Desde entonces reina el
mal en el mundo de los hombres.
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