miércoles, 9 de enero de 2013

UN PERRO QUE SE LLAMABA BINGO (PARTE 1 de 3)

Inspirado en "No compres ese perro", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/a5maV0Sb

Bingo bajó cautelosamente la ladera, tratando de no despeñarse. Apenas hacía un rato que el sol se recortaba sobre los peñascos pero ya podía sentir todo el calor del verano en su lomo. Su húmedo hocico y su ajetreada lengua difícilmente disipaban todo el calor que la remota y desierta vertiente le suministraba, situada en una yerma y desamparada región de Nueva Gales del Sur. Siguió procediendo sensatamente, poniendo mucha atención en su descenso, y al cabo de unos pocos minutos consiguió alcanzar su objetivo. A ambos lados se extendía una vasta y desolada llanura que se prolongaba hasta donde su cansada vista le permitía alcanzar. De frente, a lo lejos, podía divisar un pequeño bosque de robles australianos, y a sus espaldas quedaba la abrupta cordillera que acababa de salvar.

No podía quedarse quieto y restregarse sus escocidos ojos, pero hubiese dado cualquier cosa a quién tuviera a bien enterrar un palo o cualquier otra cosa en sus irritadas cuencas oculares y comenzara lentamente a frotárselas como dios manda, hasta hacerle sangre, si fuera necesario. Desechó la idea al instante. Agradecería el gesto enormemente, pero no tendría nada a cambio con que obsequiar al buen samaritano que aliviase su enrojecimiento ocular. A Bingo no le gustaba deber favores a nadie y ese era un favor que ciertamente debiera ser recompensado de forma inmediata. Continuó su camino y se encontró con Randall.

Randall resultó ser un ejemplar macho de canguro que estaba de muy buen ver. Poseía todas las buenas cualidades que una hembra sana y en época de cría podría haber solicitado en cualquiera de los formularios que los obsequiosos cuidadores de las reservas ponían al alcance de las féminas mayores de edad al término de la temporada de lluvias que, dicho sea de paso, solía ser más bien corta en esa remota región desértica. Randall miró de soslayo al bueno de Bingo y saludó el paso del can con una leve y casi imperceptible mueca. Bingo pronto se encontraría al límite de sus fuerzas y juzgó oportuno detenerse a parlamentar con el apuesto canguro.

—Buenos días —dijo.

—Hola —contestó el canguro.

El gesto cruzado del canguro Randall había desaparecido. Bingo reparó en el cambio.

—Me llamo Bingo.

—Yo soy Randall.

—Randall, ¿eh? Eres un «macropus giganteus», ¿verdad?

—¡Bingooo! —Respondió el canguro gris—. Oh, perdona. No pretendía…

—No tiene importancia, me lo dicen a menudo —los dos se echaron a reír.

Ambas especies se contemplaron amistosamente antes de seguir con la plática. De nuevo fue Bingo quién habló de nuevo.

—Por cierto, Randall, ¿conoces el origen de la palabra canguro?

—Conozco el significado de lo que «tú» crees que significa. Y también conozco el verdadero significado de las palabras «Kan Ghu Ru».

El sorprendido perro se quedó perplejo. Bingo Jones, que había trabajado codo con codo con muchos humanos —incluso había llegado a ser redactor jefe del prestigioso «Ladrido de Sydney»—, no pudo evitar ruborizarse y encogerse de hombros. Solicitó de inmediato una explicación al marsupial. La disquisición del macrópodo no se hizo esperar.

—El hombre blanco cree que las palabras «Kan Ghu Ru» significan «No Lo Sé», pero los «Koories» y otros muchos hombres de color conocen perfectamente su significado —Bingo asistía entusiasmado a la explicación de su nuevo amigo Randall—. Estos tres vocablos no tienen sentido por sí solos, ya que nuestro idioma es principalmente fonético, y carecemos de una escritura establecida. Pero pronunciadas una tras otra, estas voces denotan la bolsa marsupial que llevamos adherida a nuestra panza, y su significado quizás te sorprenda.

Bingo Jones ladró nerviosamente a su interlocutor, indicándole que prosiguiera con su relato.

—«Kan Ghu Ru» significa, mi nuevo amigo, «El saco de los cuentos».

—El saco de los cuentos… —murmuró Bingo.

—Efectivamente.

—Creo que no lo entiendo.

—Cada uno de nosotros lleva en su barriga un cuento, una tabla con figuras arañadas en la madera que nos permiten recordar los puntos más relevantes de cada historia —Bingo no acertaba a disimular su vacilación y descansaba ahora sobre sus cuartos traseros, exudando pródigamente. Cada uno de nosotros debe aprender de memoria la historia contenida en su tabla —Randall extrajo de su bolsa un pegajoso y babeante trozo de madera— y una vez asimilada debe ser entregada a otro canguro, que cederá su propia plancha. Este es el verdadero uso que damos a nuestras bolsas marsupiales y nuestra tradición nos obliga a ejercer dicho ritual con todos los miembros de nuestra comunidad. Yo he aprendido de memoria la historia de mi tabla. ¿Tú conoces alguna historia que me puedas contar, Bingo?

—¡Increíble! ¡Quién iba a decirlo!

Bingo Jones había disfrutado mientras Randall lo ilustraba acerca de las tradiciones y usos marsupiales y estaba dispuesto a intercambiar con éste una de las muchas historias que le habían referido los humanos, allá en la lejana Sydney. Ansiaba, asimismo, poder escuchar la historia que el canguro estaba a punto de contarle.

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