jueves, 10 de enero de 2013

UN PERRO QUE SE LLAMABA BINGO (PARTE 3 de 3)

Inspirado en "Un asunto sospechoso", de Arturo Pérez-Reverte,
Artículo en "Patente de Corso": http://t.co/Q0CzP5jj

Bingo Jones comenzó su relato detenidamente, como desganado, con muy poca o ninguna confianza ni en su historia ni en sí mismo. Se lo fue narrando a Randall conforme se lo iba inventando, y al poco tiempo el canguro no tuvo más remedio que interrumpirlo.

—Bingo, compadre —dijo—. ¿No te estarás inventando la historia?

—¿Tanto se me nota? —Terminó por reconocerlo; avergonzado añadió—: Lo siento, Randall. Supongo que debí habértelo dicho antes. Pero sé que puedo continuar. Déjame hacerlo.

—Está bien, chico. Adelante, continúa.

—Bien. Gracias —Bingo continuó dónde lo había dejado—. Decía que esa pobre muchacha había sido raptada por un águila gigante, y ésta la había conducido a su nido, en lo más alto del pico de la montaña más escarbada del reino de Erion. Ya te he dicho que la chica era la más bella del reino y que su padre se la había prometido al primogénito del rey Theamin, de un reino vecino.

—Sí, me lo has dicho. No te repitas y sigue adelante, por favor. —El canguro había adoptado una postura encorvada, con la que lograba prestar mayor atención al relato de Bingo.

—Lo siento. Es que te lo estoy contando al vuelo —bromeó—, ya sabes. Bien. Continúo. Muchos y valerosos guerreros se presentaron voluntarios para rescatar a la hermosa joven, varios de los cuales procedían de los reinos externos. Algunos incluso habían dejado atrás prometedoras vidas dedicadas a las artes y a otras nobles industrias con el propósito de alcanzar su propia gloria personal. Entre todos ellos figuraba también un joven muchacho, nada apuesto y de aspecto enclenque, encogido de hombros y con la cara salpicada de hoyuelos. Nadie recuerda su nombre y, muchos años después de lo sucedido, no son pocos los que concluyen que el pequeño chico (apenas era un niño) había demostrado tener muchos más redaños que la mayoría de los que, en vano, habían intentado el rescate de la muchacha.

Bingo Jones continuó relatando su historia, al mismo tiempo que se la iba inventando. Randall parecía estar disfrutando del relato del perro cuando de repente Bingo se detuvo sin más, como si le costase mucho terminar la frase que estaba pronunciando. Al poco rato comenzó a sollozar y dejándose caer al suelo gimió:

—Es inútil. No va a funcionar. Yo no sirvo para esto, Randall. Lo mío no es contar cuentos. Yo sólo sé destapar escándalos políticos, revolver entre la basura de las altas clases dominantes y mostrar al público sus miserias. Será mejor que no te haga perder más el tiempo.

—Venga, hombre, si lo estabas haciendo muy bien. Ánimo, continúa.

—Déjalo. No sigas, por favor. No es necesario que me halagues. Aunque te lo agradezco.

—Como quieras.

Randall miró entristecido a su nuevo amigo. Bingo Jones había recorrido cientos de kilómetros a través del desierto, intentando dejar atrás una vida que odiaba y que, ahora se había dado cuenta, necesitaba y ansiaba mucho más de lo que hubiera deseado. Desolado, el perro agradeció a Randall la historia que le había contado y se despidió de él. Resignado, tomó de nuevo el camino de regreso a su vida anterior.

Algún tiempo después Randall todavía conservaba su último mechón de pelo blanco y, a la sombra del pequeño bosque de robles australianos, se acurrucaba todos los domingos al lado de uno de los guardas de la reserva, que leía entretenido el apasionado artículo de opinión que un columnista feroz publicaba en una revista semanal. Al parecer Bingo había vuelto con fuerza y cargaba de nuevo contra la clase política australiana, mucho más interesada en conceder licencias de obra a caciques locales que en asegurar la educación y salud mental de las generaciones futuras.

Randall llegó a saber que Bingo Jones abandonó definitivamente el periodismo de investigación algunos meses después, tras haber luchado a cara de perro (Randall esperaba que no fuese una lucha literal) contra lo que él mismo denominaba “analfabetismo de la clase dirigente del país”. Hoy día Bingo Jones es uno de los más destacados autores australianos, y entre sus obras más destacadas se encuentra la preciosa epopeya del rescate de la princesa Mawturin, una obra genial que ha sido traducida a cientos de idiomas en todo el mundo. Incluso al idioma de los canguros.

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