martes, 20 de septiembre de 2011

DESPERTAR

(Relato presentado al Primer Concurso de Relatos del Centro de Día "A Concordia", de Ribadeo. Septiembre de 2010. Cuarto Puesto)




UNO


Había estado caminando durante semanas y llevaba más de dos días sin beber. Tenía la garganta llena de supuratorias llagas que pronto acabarían con él si no encontraba agua en las próximas horas, y para colmo, encima de su cabeza, el implacable sol de mediodía servía de justo verdugo a todo aquel que hubiese osado permanecer más tiempo del indicado bajo sus despiadados rayos.

Casi al caer la tarde se encontró con un pequeño arroyo que fluía valle abajo con la delicada sinuosidad de aquellas cosas que se saben importantes y que no se dan prisa en sus quehaceres diarios, tal es el estatus que han alcanzado a lo largo de infinitas repeticiones a lo largo de los siglos. El arroyo se encontraba flanqueado por verdes hierbas acariciadas por la fresca brisa vespertina, lejos ya del alcance del sol, que había decidido retirarse —como venía haciendo cada día desde el principio de los tiempos— al otro lado de la colina, para tener su privado encuentro con la Luna, antes de que ésta entrase en su sideral circuito nocturno.


DOS


No recordaba su nombre y apenas podía decir si había hecho alguna cosa en su vida que no fuese caminar sin rumbo. Cada anochecer se recostaba sobre un árbol caído, una roca no demasiado sinuosa o tal vez al cobijo de alguna casa o establo abandonados al margen del camino que a su juicio había ya recorrido demasiadas veces y durante demasiados años; esa sensación era el único lúcido recuerdo que albergaba su maltrecha memoria.
Al cobijo de una buena encina se echó a descansar y a comenzar una vez más la invocación de sus recuerdos, que pronto olvidaría de nuevo, como cada noche, justo al romper el alba. Pronto se quedó dormido, cansado por los ya miles de kilómetros que a su parecer habían recorrido sus viejas y desgastadas piernas, extasiado con el lento y delicioso discurrir del arroyo. Durmió y soñó sus sueños.


TRES


En uno de sus sueños, repetitivo y recurrente, se encontraba al fondo del jardín de la residencia de Décimo Junio Bruto, en compañía de otros cuatro hombres —de los que desconocía su identidad— charlando, dejando que ellos mismos, influenciados por los efluvios de las pócimas y las bayas venenosas que previamente había mandado introducir en sus copas de vino, conspirasen sobre el asesinato de Cayo Julio César.

A él no le gustaba ser el protagonista, prefería verlo todo desde la grada, y no le importaba en absoluto el que tuviesen que pasar generaciones enteras, incluso eras, para ver el resultado de sus acciones, por lo general llevadas a cabo en la trastienda de la historia.



CUATRO


Durante muchos años había desconocido tanto el origen como el motivo de sus sueños, y el hecho de que por alguna extraña razón se viera a si mismo en las situaciones que su descanso nocturno le ofrecía no dejaba de resultarle inquietante y misterioso, al mismo tiempo que cada nuevo día ejecutaba una y otra vez el tedioso ejercicio de la interpretación de sus visiones, así como el intentar poner algo de orden en sus vastos y quizás ajenos recuerdos, que una vez más deberían diluirse y ser olvidados al amanecer, tal y como se habían diluido la mayoría de las supersticiones en la noche de los tiempos.

Al final de la noche, poco antes del alba, volvería a comprender —día tras día y durante posiblemente una eternidad— que tales sueños eran efectivamente sus recuerdos, que tal vez estaban siendo purgados noche tras noche, condenado a no recordar nada de su pasado, una vez que el astro rey volviese a vencer a las tinieblas que la gran madre había tejido sobre el escaparate nocturno del cielo.


CINCO


Las primeras luces del alba habían roto la noche, que perezosamente se retiraba a su diurno escondite, esperando de nuevo su oportunidad de ceñirse sobre el mundo, en un nuevo intento de sumir las mentes de los hombres en un profundo pesar. A la suave caricia del viento matinal responde el demacrado rostro del extraño sin edad, que una vez más deberá tratar de volver sobre sus propios pasos y averiguar qué lo ha estado guiando sin rumbo aparente durante quien sabe cuanto tiempo.

Pero hoy descubre que todo ha cambiado, hoy por fin recuerda al amanecer. Se ufana por recordar todos y cada uno de los capítulos de su vida, por conocer hasta el último de los recovecos de su distorsionada mente, que poco a poco ha de volverse tan lúcida y manipuladora como antaño solía serlo, se esfuerza por guardar definitivamente en su memoria todos y cada uno de los recuerdos que ha de evocar, ahora si, de una vez por todas.


SEIS


Recuerda haber nacido en un lugar llamado Antioquia, aunque desconoce si todavía existe o si, como mucho se teme, haya desaparecido hace ya muchos siglos. Recuerda haber incitado a millares de buenos hombres a alzarse en armas contra sus semejantes con el único propósito de aniquilar a generaciones enteras de pueblos ya extintos, recuerda haber tenido seguidores en todas y cada una de las más inútiles y aterradoras guerras de la humanidad, y recuerda haber estado al servicio del mal desde su más tierna infancia. Recuerda asimismo, haber escrito las más trágicas y estremecedoras páginas de sucesos de las más pobres y miserables regiones del mundo.

Pero lo que no recuerda —quizás ni él mismo se atreva a hacerlo— es el por qué ha hecho todo lo que ahora, por primera vez en su vida —o al menos en muchos años— parecen vívidos recuerdos de su pasado, recuerdos que harían estremecerse de terror al mismísimo diablo.


SIETE


Y es que por fin comprende. Al fin ha comprendido la esencia de su naturaleza, al fin sabe todo aquello que durante generaciones enteras ha tratado de identificar, y que durante miles de años ha tenido en la punta de la lengua, y que tan fácilmente se ha desvanecido con cada una de los cientos de miles de albas que sus eternos ojos han saludado. Al fin puede descansar tranquilamente, al fin puede dormir sin recuerdos. Un nuevo día comienza.

Había estado caminando durante semanas y llevaba más de dos días sin beber...

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