(Relato enviado ó fanzine online 'Leda Magazine')
El 23 de Noviembre de
2053 había sido un día terrible para Steve. Su esposa se había
largado con uno de sus antiguos compañeros del instituto y además
había descubierto que su hija era adicta a la tempoína. Como
si eso no fuese suficiente, tenía la sensación de que su viejo
perro Malin la palmaría en pocos días. Sin tiempo para recuperarse,
los rayos de sol de un nuevo y horripilande día lo saludaban a
través de las raídas cortinas de su vieja caravana. A las siete y
treinta y dos de la mañana de lo que mucho se temía sería otro
lunes de mierda en la fábrica de aerocartuchos, Steve estaba
tan muerto como la mayoría de los más de doce mil millones de seres
humanos que superpoblaban el planeta Tierra.
No fue hasta el mediodía
en Arkansas cuando la gente por fin pudo comprender lo que se le
venía encima. Desoyendo la Resolución 314 del Consejo
Interplanetario, una flota procedente del planeta Leda, no demasiado
numerosa pero sí lo suficientemente bien armada, abrió fuego contra
los más de dos mil puntos estratégicos de abastecimiento de energía
nuclear del planeta. En poco menos de dos horas, más de la mitad de
la población mundial fue diezmada por la radiación desencadenada
tanto por las explosiones de las centrales nucleares como por la
acción del poder destructivo de las armas Ledianas. A las 14,00
horas de la Costa Oeste el Orden Planetario puso fin al ataque,
despues de una brutal batalla que tuvo lugar en el que pronto se
convertiría en el extinto Cinturón de Asteroides, adonde se había
retirado la flota invasora. Para entonces el noventa y dos por ciento
de la vida sobre la faz de la Tierra había visto truncada su
existencia. La flota del Orden Planetario abandonó el Sistema Solar
con la misma rapidez con la que habían atacado los Ledianos.
Casi medio siglo despues
el planeta trata de reponerse de la irracional agresión, al tiempo
que la raza humana recupera su capacidad de aglomeración y una nueva
sociedad brota de las cenizas de la anterior. Con toda la industria
del planeta hecha añicos, el Orden Planetario había dejado de lado
a los pocos habitantes de la Tierra, considerando nulo el provecho
que podría sacar de una civilización en ciernes. La nueva sociedad
que ahora emerge carece de hombres y mujeres de ciencia y que rindan
culto al intelecto; se trata más bien de una gran tribu ancestral
que, privada de la energía que la sustentaba, ha vuelto ahora por
sus fueros y se dedica a recolectar lo poco que la calcinada Madre
Tierra le ofrece.
El malogrado Cinturón de
Asteroides proveía al Sistema Solar en general y a la Tierra en
particular de un sustento gravitatorio que, a modo de complicado y
perfectamente enrgasado engranaje, mantenía a los planetas y sus
satélites en su cotidiano baile cósmico. Su desaparición había
propiciado la apertura cada vez mayor de la órbia de la Tierra,
volviéndola más y más excéntrica y ralentizado su traslación
alrededor del Sol; tanto que había tardado ¡cerca de cuarenta años
en alcanzar el apogeo de su nueva órbita! Ahora, con el perigeo
separándola menos de cincuenta millones de kilómetros del Sol, la
Tierra completaría su último movimiento de traslación...
No hay comentarios:
Publicar un comentario