martes, 20 de septiembre de 2011

ESCENA TERCERA

Estiras tu mano derecha para alcanzar el casco blanco que reposa sobre la mesa de la estancia, con un solemne gesto de determinación y de aceptación de las circunstancias. Sabes que tu única posibilidad pasa por dejar cuanto antes la habitación en dónde te encuentras.

Rápidamente, y con un fugaz vistazo, localizas una especie de bata blanca con la que limpias la mayor parte de sangre de las suelas de tus zapatillas; se ha coagulado por completo y no seguirá manchando, pero el andar sobre el calzado podría dejar algún rastro indeseable que a buen seguro acabaría con cualquier posible escapatoria.

Decididamente, con los nervios destrozados, el corazón en un puño y la garganta seca, sales de la habitación. Cierras la puerta detrás de ti y te encaminas rápidamente por el interminable pasillo que se extiende a tu izquierda, al final del cual puedes ver como un pequeño grupo de gente uniformada exactamente de la misma forma que tú, acude a la histriónica llamada de las alarmas, cuyo sonido inunda desde hace un buen rato todas las estancias del complejo en el que te encuentras.

Apuras un poco más el paso e intentas alcanzar cuanto antes al grupito que te precede, ya que será mejor que tu puesta en escena ante los cientos, quizá miles, de soldados –no te imaginas que se trate de funcionarios reunidos a la hora de la comida, ni tampoco de grupos de fans que por diversión recreen escenas de la Guerra de las Galaxias, tal y como ha tenido lugar este fin de semana en la capital gallega…- sea cuanto más natural mejor, y pase lo más desapercibida posible.

Entrar ‘de la mano’ de un reducido grupo de soldados aumentará a buen seguro la credibilidad de tus temblorosos y nerviosos gestos, que irán aumentando conforme te acerques más y más a la posición que has de ocupar en la maraña de soldados que se dan cita en el centro de la enorme pista de despegue que has contemplado a través de la habitación que acabas de abandonar.

Después de torcer un par de esquinas alcanzas el reducido grupo de soldados que perseguías, que ahora forma parte a su vez de un nutrido grupo de una veintena de hombres. Rápidamente alcanzáis la salida del complejo entramado de pasillos para dirigiros a una zona la pista de despegue que apenas te permite distinguir mucho más de lo que has podido contemplar a través de la ventana.


Tu grupo es uno de los últimos que ha acudido a la llamada de las alarmas, y la formación está ahora completa. Comienza a sonar un estruendoso anuncio por megafonía, aunque eres incapaz por completo de comprender nada de lo que se le está comunicando a las tropas, pero no necesitas hacer demasiadas suposiciones para imaginar que tú eres el objeto de tal muestra de organización.

Permaneces en tu posición durante todo el comunicado, imitando como bien puedes la marcialidad del las tropas que se extienden a lo largo y ancho de la pista de despegue en la que te encuentras. De repente la megafonía ensordece y todos los integrantes de la marabunta humana de la que ahora formas parte alza su mano derecha al cielo para luego colocarla sobre sus cabezas, con la palma abierta y el pulgar sobre sus coronillas. Haces lo mismo que todos ellos, aunque con un ligero retraso que nadie parece haber percibido. De momento todo va bien, te felicitas por ello y te das ánimos.

No te has dado cuenta de la presencia de un grupo de transportes situados a la derecha de tu posición, pero ahora todos y cada unos de los cientos de soldados congregados junto a ti en la pista de despegue –ahora que los tienes tan cerca has podido constatar que se trata sólo de unos cuatrocientos hombres, quizás quinientos, y no de miles- se dirige a ellos para recoger un arma.

Al recoger tu arma te das cuenta de lo ligera que es ésta. Su tamaño es considerable, del que tendría un rifle de asalto de las películas y series policíacas que tanto te gustaban, pero te sorprende lo poco que pesa. Dirías que casi no pesa nada, le echas un rápido vistazo y compruebas dos cosas: para empezar, parece más bien un juguete que el arma de un soldado, pues su exterior está decorado con extraños motivos e incomprensibles símbolos propios de un arma de atrezzo; también te sorprende el hecho de que no te hayan dado ni un solo cargador supletorio, pero enseguida te das cuenta de que el arma no lleva cargadores. Ignoras cual puede ser su munición, pero desde luego no es convencional.

Aún ensimismad@ en tus pensamientos y en el tacto del arma, un grupo de tres soldados te sorprende por detrás y te apremia a que los acompañes. No late tu corazón, tus nervios te mantienen al borde del desmayo y tus cuerdas vocales son incapaces por completo de crear la menor de las vibraciones. Es por eso que simplemente te limitas a asentir con la cabeza y te pones en marcha, tras ellos.

Al contrario que la mayoría de los soldados, éstos tres se dirigen a una edificación menor, como si de un cobertizo o cuarto de herramientas se tratase. Con recelo los acompañas, mientras intentas imaginar como demonios puedes accionar el mecanismo de fuego del arma, ya que carece de un gatillo o disparador. Una y otra vez te repites: ‘Me han dado un juguete para ir a la guerra, que suerte la mía!’

Dos de los soldados que te preceden entran en lo que al final resulta ser un terminal en dónde se introducen elementos químicos para la depuración de las aguas fecales del recinto. El tercero permanece atento a los alrededores, montando guardia.

Entras en la terminal. Apenas hay más de cuatro metros cuadrados en toda la estancia, formada por una pequeña plataforma sobre la que uno de los soldados está ahora arrodillado; contemplas como retira la tapa del saliente de las tuberías que circulan por debajo de la pequeña edificación. En la parte de atrás de la sala de depuración hay una puerta entreabierta, opuesta a la de entrada, y que es la que os proporciona la luz necesaria para poder ver.

El soldado que hasta ahora permanecía de pie tiende su mano hacia ti y te invita a introducirte en el conducto de las aguas fecales, cuando de repente oyes el rugir de las armas al otro lado de la puerta principal. El tercer soldado está respondiendo al fuego de sus propios compañeros de ejército.

Llegado de nuevo el momento, tendrás que tomar una decisión. Decide entre estas tres posibilidades y podremos volver a vernos muy pronto. a) Aceptas ciegamente la mano del soldado que tienes ante ti y te introduces por la boca de la tubería, que ahora muestra al descubierto el torrente de aguas fecales. b) Intentas zafarte de los soldados que permanecen junto a ti para poder dirigirte a la puerta trasera del recinto, intentando iniciar de nuevo tu huida a través de ella. c) Haces frente a los soldados que os están atacando, intentando cubrir al tercer hombre de tu improvisada compañía. Ignoras cómo hacer fuego con el arma que portas, pero guardas la esperanza de que no tardarás demasiado tiempo en saber cómo disparar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario