Estiras tu mano derecha para alcanzar el casco blanco que reposa sobre
la mesa de la estancia, con un solemne gesto de determinación y de
aceptación de las circunstancias. Sabes que tu única posibilidad pasa
por dejar cuanto antes la habitación en dónde te encuentras.
Rápidamente,
y con un fugaz vistazo, localizas una especie de bata blanca con la que
limpias la mayor parte de sangre de las suelas de tus zapatillas; se ha
coagulado por completo y no seguirá manchando, pero el andar sobre el
calzado podría dejar algún rastro indeseable que a buen seguro acabaría
con cualquier posible escapatoria.
Decididamente, con los nervios
destrozados, el corazón en un puño y la garganta seca, sales de la
habitación. Cierras la puerta detrás de ti y te encaminas rápidamente
por el interminable pasillo que se extiende a tu izquierda, al final del
cual puedes ver como un pequeño grupo de gente uniformada exactamente
de la misma forma que tú, acude a la histriónica llamada de las alarmas,
cuyo sonido inunda desde hace un buen rato todas las estancias del
complejo en el que te encuentras.
Apuras un poco más el paso e
intentas alcanzar cuanto antes al grupito que te precede, ya que será
mejor que tu puesta en escena ante los cientos, quizá miles, de soldados
–no te imaginas que se trate de funcionarios reunidos a la hora de la
comida, ni tampoco de grupos de fans que por diversión recreen escenas
de la Guerra de las Galaxias, tal y como ha tenido lugar este fin de
semana en la capital gallega…- sea cuanto más natural mejor, y pase lo
más desapercibida posible.
Entrar ‘de la mano’ de un reducido
grupo de soldados aumentará a buen seguro la credibilidad de tus
temblorosos y nerviosos gestos, que irán aumentando conforme te acerques
más y más a la posición que has de ocupar en la maraña de soldados que
se dan cita en el centro de la enorme pista de despegue que has
contemplado a través de la habitación que acabas de abandonar.
Después
de torcer un par de esquinas alcanzas el reducido grupo de soldados que
perseguías, que ahora forma parte a su vez de un nutrido grupo de una
veintena de hombres. Rápidamente alcanzáis la salida del complejo
entramado de pasillos para dirigiros a una zona la pista de despegue que
apenas te permite distinguir mucho más de lo que has podido contemplar a
través de la ventana.
Tu grupo es uno de los últimos que ha acudido a la llamada de las alarmas, y la formación está ahora completa. Comienza a sonar un estruendoso anuncio por megafonía, aunque eres incapaz por completo de comprender nada de lo que se le está comunicando a las tropas, pero no necesitas hacer demasiadas suposiciones para imaginar que tú eres el objeto de tal muestra de organización.
Permaneces
en tu posición durante todo el comunicado, imitando como bien puedes la
marcialidad del las tropas que se extienden a lo largo y ancho de la
pista de despegue en la que te encuentras. De repente la megafonía
ensordece y todos los integrantes de la marabunta humana de la que ahora
formas parte alza su mano derecha al cielo para luego colocarla sobre
sus cabezas, con la palma abierta y el pulgar sobre sus coronillas.
Haces lo mismo que todos ellos, aunque con un ligero retraso que nadie
parece haber percibido. De momento todo va bien, te felicitas por ello y
te das ánimos.
No te has dado cuenta de la presencia de un grupo
de transportes situados a la derecha de tu posición, pero ahora todos y
cada unos de los cientos de soldados congregados junto a ti en la pista
de despegue –ahora que los tienes tan cerca has podido constatar que se
trata sólo de unos cuatrocientos hombres, quizás quinientos, y no de
miles- se dirige a ellos para recoger un arma.
Al recoger tu
arma te das cuenta de lo ligera que es ésta. Su tamaño es considerable,
del que tendría un rifle de asalto de las películas y series policíacas
que tanto te gustaban, pero te sorprende lo poco que pesa. Dirías que
casi no pesa nada, le echas un rápido vistazo y compruebas dos cosas:
para empezar, parece más bien un juguete que el arma de un soldado, pues
su exterior está decorado con extraños motivos e incomprensibles
símbolos propios de un arma de atrezzo; también te sorprende el hecho de
que no te hayan dado ni un solo cargador supletorio, pero enseguida te
das cuenta de que el arma no lleva cargadores. Ignoras cual puede ser su
munición, pero desde luego no es convencional.
Aún ensimismad@
en tus pensamientos y en el tacto del arma, un grupo de tres soldados te
sorprende por detrás y te apremia a que los acompañes. No late tu
corazón, tus nervios te mantienen al borde del desmayo y tus cuerdas
vocales son incapaces por completo de crear la menor de las vibraciones.
Es por eso que simplemente te limitas a asentir con la cabeza y te
pones en marcha, tras ellos.
Al contrario que la mayoría de los
soldados, éstos tres se dirigen a una edificación menor, como si de un
cobertizo o cuarto de herramientas se tratase. Con recelo los acompañas,
mientras intentas imaginar como demonios puedes accionar el mecanismo
de fuego del arma, ya que carece de un gatillo o disparador. Una y otra
vez te repites: ‘Me han dado un juguete para ir a la guerra, que suerte
la mía!’
Dos de los soldados que te preceden entran en lo que al
final resulta ser un terminal en dónde se introducen elementos químicos
para la depuración de las aguas fecales del recinto. El tercero
permanece atento a los alrededores, montando guardia.
Entras en
la terminal. Apenas hay más de cuatro metros cuadrados en toda la
estancia, formada por una pequeña plataforma sobre la que uno de los
soldados está ahora arrodillado; contemplas como retira la tapa del
saliente de las tuberías que circulan por debajo de la pequeña
edificación. En la parte de atrás de la sala de depuración hay una
puerta entreabierta, opuesta a la de entrada, y que es la que os
proporciona la luz necesaria para poder ver.
El soldado que hasta
ahora permanecía de pie tiende su mano hacia ti y te invita a
introducirte en el conducto de las aguas fecales, cuando de repente oyes
el rugir de las armas al otro lado de la puerta principal. El tercer
soldado está respondiendo al fuego de sus propios compañeros de
ejército.
Llegado de nuevo el momento, tendrás que tomar una
decisión. Decide entre estas tres posibilidades y podremos volver a
vernos muy pronto. a) Aceptas ciegamente la mano del soldado que tienes
ante ti y te introduces por la boca de la tubería, que ahora muestra al
descubierto el torrente de aguas fecales. b) Intentas zafarte de los
soldados que permanecen junto a ti para poder dirigirte a la puerta
trasera del recinto, intentando iniciar de nuevo tu huida a través de
ella. c) Haces frente a los soldados que os están atacando, intentando
cubrir al tercer hombre de tu improvisada compañía. Ignoras cómo hacer
fuego con el arma que portas, pero guardas la esperanza de que no
tardarás demasiado tiempo en saber cómo disparar.
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