La sala de reprogramado neuronal es
clave en todo este embrollo, estás convencid@ de ello, pero debes
lograr acceder a ella sin perder la ventaja que tienes actualmente;
ahora mismo nadie sabe dónde estás. Te parece muy bien, hasta ahora no
te ha resultado grata la compañía.
Decides que la mejor
forma de hacer saltar las alarmas es declarando un incendio, no uno de
proporciones bíblicas, no se trata de morir por morir, pero una buena
barbacoa será algo que te pueda venir muy bien; además, pocas cosas
podrían resultar más desconcertantes que un incendio a bordo de una nave
–ya sea espacial o no, eso no te incumbe. Por lo que a ti respecta
pasarás a bordo el tiempo justo y necesario.
Se te ocurren
varias formas de provocar un incendio, e incluso dentro del recinto
cerrado y estanco que supones que es la nave, crees que sobrecargando el
sistema energético del que se alimenta es más que probable que alguna
chispa haga su trabajo para que puedas disfrutar de un precioso fuego
calentito donde poner el culo de algún que otro hijo de puta dispuesto a
incordiar en tu maniobra de distracción.
Sin embargo no
es probable que tengas ni el tiempo suficiente ni la paciencia para
poder dedicarte a buscar la mejor forma de sobrecargar un sistema del
que por cierto nada sabes. Lo mejor será utilizar el viejo truco de boy
scout consistente el echar algún tipo de líquido sobre algún panel de
mandos desprotegido o alguna junta eléctrica mal sellada. El propio
centro de mandos que habías visto anteriormente servirá.
Necesitarás
encontrar agua –el más común y mortal de los líquidos, en sentido
mitológico, por supuesto– y algún lugar donde verterla a tu gusto, a ser
posible sobre algún entramado de cables desprotegido. Lo primero es lo
primero, necesitas un contenedor para el agua, podrías usar tu propia
orina, pero en este momento estás seguro de no poder echar ni gota.
Caminas
un poco más a lo largo del pasillo hasta que te encuentras con otra
puerta que se abre de forma automática, al detectar tu presencia. Se
trata de una especie de comedor, es posible que hayas tenido suerte y te
felicitas, con un poco de ayuda divina tal vez puedas llevar a cabo tu
barbacoa, y quien sabe, quizás incluso puedas recuperar la tarjeta al
fin y al cabo.
Entretenido en tu particular versión del cuento de la lechera buscas un recipiente que pueda servir a tus propósitos. ‘E voilà’, das con una jarra que sin duda es usada para refrescar los sedientos gaznates de los blancos soldaditos que te quieren cortar la cabeza; es normal, piensas, el instinto homicida deshidrata el cuerpo.
Sin tener que buscar mucho más
encuentras abundante líquido en el interior de un nacarado armario
empotrado en uno de los laterales de la estancia. Hay varios bidones de
lo que supones es algún tipo de bebida energética, no sabes por qué pero
lo sabes. Decides abrir uno de los bidones nuevos que ahora están
frente a tu nariz –hay otros abiertos, pero no te dan la confianza
suficiente; como si el veneno fresco no fuera a matarte o a hacerte
daño…
Una nueva idea se te ocurre: decides dejar a un lado
la jarra –que además es de un plástico poco rígido y ni siquiera podría
servirte como arma– y llevarte dos bidones, uno en cada brazo, y
usarlos como temporizadores. Practicarás un pequeño agujero en el
primero y lo dejarás justo encima de un lugar que pueda servir a tus
propósitos, tal como una junta mal sellada en alguna esquina de la nave.
Dejarás que gotee de forma suficientemente lenta como para que te de
tiempo de practicar otro agujero en el otro bidón y echarlo encima de
los mandos de la habitación en dónde has sido testigo del debate del
siglo: vida y muerte de un pobre teniente amnésico. Conmovedor.
Piensas
que tu plan es perfecto, ¿por qué no habría de serlo? No sólo
conseguirás –eso esperas al menos– provocar un incendio, sino dos,
creando la sensación real de accidente a bordo de la nave, ya que no
podrías estar a la vez en varios lugares de la misma. De repente se te
ocurre que tal vez pudieras, y lo que es peor, que tal vez pueda hacerlo
toda la tripulación. Desechas de inmediato tal idea, no por imposible
ni absurda, sino porque no te apetece jugar un partido en el que sabes
cuál será el resultado hagas lo que hagas. Te consuelas a ti mism@
diciéndote que lo que tenga que suceder, sucederá.
Ahí vamos…!
No
os pediré en esta ocasión ni que decidáis ni que me deis un punto de
partida con el que poder continuar la historia. Creo que hemos estado
algún tiempo desconectados y estoy seguro de que todos necesitamos
volver a engancharnos. Espero poder atraparos una vez más, sin vosotros
no tiene sentido continuar, pero debemos estar enganchados. Espero por
supuesto que aquellos de vosotros que sintáis el gusanillo del próximo
paso dentro de vuestras cabezas, lo compartáis con todos nosotros, pues
tal es la esencia de todo este ejercicio. Gracias a todos y a todas una
vez más. Un fuerte abrazo.
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