martes, 20 de septiembre de 2011

ESCENA DÉCIMA

La sala de reprogramado neuronal es clave en todo este embrollo, estás convencid@ de ello, pero debes lograr acceder a ella sin perder la ventaja que tienes actualmente; ahora mismo nadie sabe dónde estás. Te parece muy bien, hasta ahora no te ha resultado grata la compañía.

Decides que la mejor forma de hacer saltar las alarmas es declarando un incendio, no uno de proporciones bíblicas, no se trata de morir por morir, pero una buena barbacoa será algo que te pueda venir muy bien; además, pocas cosas podrían resultar más desconcertantes que un incendio a bordo de una nave –ya sea espacial o no, eso no te incumbe. Por lo que a ti respecta pasarás a bordo el tiempo justo y necesario.

Se te ocurren varias formas de provocar un incendio, e incluso dentro del recinto cerrado y estanco que supones que es la nave, crees que sobrecargando el sistema energético del que se alimenta es más que probable que alguna chispa haga su trabajo para que puedas disfrutar de un precioso fuego calentito donde poner el culo de algún que otro hijo de puta dispuesto a incordiar en tu maniobra de distracción.

Sin embargo no es probable que tengas ni el tiempo suficiente ni la paciencia para poder dedicarte a buscar la mejor forma de sobrecargar un sistema del que por cierto nada sabes. Lo mejor será utilizar el viejo truco de boy scout consistente el echar algún tipo de líquido sobre algún panel de mandos desprotegido o alguna junta eléctrica mal sellada. El propio centro de mandos que habías visto anteriormente servirá.

Necesitarás encontrar agua –el más común y mortal de los líquidos, en sentido mitológico, por supuesto– y algún lugar donde verterla a tu gusto, a ser posible sobre algún entramado de cables desprotegido. Lo primero es lo primero, necesitas un contenedor para el agua, podrías usar tu propia orina, pero en este momento estás seguro de no poder echar ni gota.

Caminas un poco más a lo largo del pasillo hasta que te encuentras con otra puerta que se abre de forma automática, al detectar tu presencia. Se trata de una especie de comedor, es posible que hayas tenido suerte y te felicitas, con un poco de ayuda divina tal vez puedas llevar a cabo tu barbacoa, y quien sabe, quizás incluso puedas recuperar la tarjeta al fin y al cabo.


Entretenido en tu particular versión del cuento de la lechera buscas un recipiente que pueda servir a tus propósitos. ‘E voilà’, das con una jarra que sin duda es usada para refrescar los sedientos gaznates de los blancos soldaditos que te quieren cortar la cabeza; es normal, piensas, el instinto homicida deshidrata el cuerpo.

Sin tener que buscar mucho más encuentras abundante líquido en el interior de un nacarado armario empotrado en uno de los laterales de la estancia. Hay varios bidones de lo que supones es algún tipo de bebida energética, no sabes por qué pero lo sabes. Decides abrir uno de los bidones nuevos que ahora están frente a tu nariz –hay otros abiertos, pero no te dan la confianza suficiente; como si el veneno fresco no fuera a matarte o a hacerte daño…

Una nueva idea se te ocurre: decides dejar a un lado la jarra –que además es de un plástico poco rígido y ni siquiera podría servirte como arma– y llevarte dos bidones, uno en cada brazo, y usarlos como temporizadores. Practicarás un pequeño agujero en el primero y lo dejarás justo encima de un lugar que pueda servir a tus propósitos, tal como una junta mal sellada en alguna esquina de la nave. Dejarás que gotee de forma suficientemente lenta como para que te de tiempo de practicar otro agujero en el otro bidón y echarlo encima de los mandos de la habitación en dónde has sido testigo del debate del siglo: vida y muerte de un pobre teniente amnésico. Conmovedor.

Piensas que tu plan es perfecto, ¿por qué no habría de serlo? No sólo conseguirás –eso esperas al menos– provocar un incendio, sino dos, creando la sensación real de accidente a bordo de la nave, ya que no podrías estar a la vez en varios lugares de la misma. De repente se te ocurre que tal vez pudieras, y lo que es peor, que tal vez pueda hacerlo toda la tripulación. Desechas de inmediato tal idea, no por imposible ni absurda, sino porque no te apetece jugar un partido en el que sabes cuál será el resultado hagas lo que hagas. Te consuelas a ti mism@ diciéndote que lo que tenga que suceder, sucederá.

Ahí vamos…!

No os pediré en esta ocasión ni que decidáis ni que me deis un punto de partida con el que poder continuar la historia. Creo que hemos estado algún tiempo desconectados y estoy seguro de que todos necesitamos volver a engancharnos. Espero poder atraparos una vez más, sin vosotros no tiene sentido continuar, pero debemos estar enganchados. Espero por supuesto que aquellos de vosotros que sintáis el gusanillo del próximo paso dentro de vuestras cabezas, lo compartáis con todos nosotros, pues tal es la esencia de todo este ejercicio. Gracias a todos y a todas una vez más. Un fuerte abrazo.

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