martes, 20 de septiembre de 2011

ESCENA DÉCIMO PRIMERA

Ataviado con tus dos bidones de sabroso, refrescante y energético líquido —que por cierto nunca llegarás a probar— te diriges a lo largo de lo que tu cabeza llama el pasillo norte, en dirección al cuarto en dónde te has incorporado. Sin duda en esa habitación podrás encontrar algo que sirva a tus propósitos —esperas poder encontrar alguna junta mal sellada, un panel de mandos al aire libre o algo que pueda provocar un cortocircuito una vez viertas sobre ello un poco del líquido que pesadamente transportas.

Flanqueas la puerta sin la menor oposición, ya que reconoce tu presencia y te permite el paso. Entras y de un rápido vistazo reconoces la cama sobre la que te encontrabas recostado, y más allá de una especie de biombo intuyes una mesa repleta de maquinaria ligera que sin duda está conectada a una red de alimentación que muy pronto se verá cortocircuitada. Avanzas con la intención de explorar esa zona de la estancia, cuya visión ahora te es impedida por la posición del biombo.

Casi extasiado puedes comprobar que al menos una veintena de aparatos están conectados a lo que supones es la red eléctrica interna propia de la nave. Buscas algo con lo que puedas practicar un agujero en uno de los bidones —el simple tapón desenroscado haría que el líquido vertido se derramara en un santiamén, imposibilitando el efecto ‘simultaneidad’ que pretendes dar en tu golpe— y crees haberlo encontrado cuando te haces con una especie de destornillador con el que poder practicar tu ansiado agujerito.

Una vez más repasas mentalmente tu plan: Perforarás ligeramente uno de los bidones que ahora descansan al pie de la cama, dejarás que gotee lentamente pero a buen ritmo  —no sabes el tiempo que necesitas ni el que puedes agotar antes de que eventualmente alguien te encuentre—, y cuando creas haber dejado correr suficiente líquido debajo de la mesa-parrilla que tienes ante ti, echarás el resto de la carne en el asador, dejando que el otro bidón fluya libremente sobre todo el panel de mandos de la sala de monitoreo que hay al otro lado del pasillo. Esperarás agachado en el cuarto en dónde has encontrado los bidones. Esperas por todos los dioses que nadie decida tomarse un descansito y regalarse un refrigerio en pleno incendio. No lo esperas, se lo imploras a la creación, ya que es posiblemente tu única esperanza…


Practicas una leve incisión en un bidón, recostándolo de forma que pueda gotear más de la mitad de su contenido antes de perder el equilibrio. Coges el otro con una mano y decides llevarte el ‘destornillador’ contigo, ya que es posible que lo vayas a necesitar. Sales al pasillo y te diriges a la sala de monitoreo, tras comprobar que nadie merodea por los alrededores. Entras a la sala en cuestión y compruebas que la discusión ha tomado ya un cáliz más tranquilo y que tal vez hayas llegado en el momento oportuno, tanto si han decidido ajusticiarte como si no, la calma no te favorece en absoluto.

Esperas un interminable minuto más, tras el cual salta la primera alarma de incendio. Al parecer el temporizador que has diseñado ha funcionado como un reloj. Sin perder tiempo y a la velocidad del rayo, abres el bidón que tienes contigo y lo viertes sobre todo el panel de mandos de la sala, provocando inmediatamente un cortocircuito que provoca de nuevo una nueva serie de chispazos y un diminuto incendio debajo de una de las placas de metal de la mesa principal.

No pretendes hacerte amigo del incendio ni avivarlo, debes alcanzar cuanto antes la segura posición del cuarto-cantina, todo tu plan se vendrá abajo si te descubren y no tienes ni la menor oportunidad de acceder a la sala de reprogramado neuronal. Como alma que lleva el diablo corres a través del pasillo y te acercas cada vez más a la puerta que ha de abrirse ante tus narices, en cuanto estés lo suficientemente cerca. No aminoras la marcha al llegar a la puerta colisionas de bruces con ella, haciéndote añicos la nariz.

Sin tiempo para quejarte comprendes amargamente que tal vez el sistema de seguridad de la nave haya bloqueado el sistema de apertura automática de las puertas, impidiendo la propagación del incendio a lo largo de la nave. Maldices todo lo que se te pasa por la cabeza, ahora si que estás perdido. En buen embrollo te has metido, has llamado al lobo a tu guarida, has quedado con él y le has preparado unas pastas, que sabiamente rechazará para poder hartarse bien comiéndote las tripas y tu precioso culo de gilipollas.

No puedes quedarte como un tonto a las puertas de ningún sitio, debes buscar cuanto antes un lugar en el que refugiarte. Piensas que lo más probable es que ambos cuartos con sendos incendios provocados por ti estén sellados a cal y canto, puede que el sistema informático sea una mierda —en el peor de los casos, no te engañes— pero crees que hasta un ciego podría ver ese movimiento. Echas a correr en sentido contrario, esperando que nadie se tope contigo, sobre todo alguien que te pueda freír las pelotas.

Sin tiempo a poder asimilarlo, te encuentras de frente con unos cuantos soldados ataviados con sus trajes de guerra y sendas armas exactamente iguales a la que habías sujetado —nunca has podido saber cómo cojones abrir fuego con uno de esos juguetes— en el bosque, y uno de ellos parece haberte reconocido y se dirige corriendo hacia ti.

—¡Teniente, me alegro de verle! —grita el soldado—, ¡no tenemos tiempo que perder, coja un arma!

Otro soldado que también parece haberte reconocido secunda al primero:

—¡Richard, por el amor de dios, la nave no responde! —vocifera mientras te cede su arma—, ¡estamos girando rumbo a su cuartel general!

—Teniente, por todos los dioses, ¡¡reaccione!! —grita de nuevo el primer soldado. Una explosión se oye al sur de la nave, o te has pasado con el fuego o alguien os está atacando—. No puede quedarse ahí parado, la Afiliación lo necesita. El mundo entero lo necesita, por el amor de dios, Mike, ¿quieres decirle algo?

—Richard, sabemos lo que te han hecho y entendemos que te puedas sentir confuso, pero ahora es el momento de luchar. Quizás todo lo demás no tenga sentido ya…

Una vez más te ves en la conjetura de decidir tu siguiente paso. No os daré opciones concretas, sino que os pediré que me indiquéis vagamente y sin lujo de detalles que os apetece que haga vuestro personaje. Podrá seguir a los soldados que tiene en frente, podrá dejarlos atrás y seguir buscando una entrada a la cámara de reprogramado neuronal, o tal vez tú hayas pensado que a lo mejor pueda…

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