martes, 20 de septiembre de 2011

SÁBANAS. PRIMERA PARTE

PRIMERA PARTE

El primogénito de Mike Sullivan se encontraba en su cuarto, revisando su colección de mariposas disecadas. Este verano estaba siendo muy productivo y su pequeña cosecha, como a él mismo le encantaba referirse a sus inanimadas mariposas, estaba creciendo a buen ritmo, y pronto necesitaría que su padre le comprase un nuevo álbum para guardarlas. En el piso de abajo, Lucy se había recostado junto a su marido, que descansaba en el sofá antes de incorporarse a su trabajo en la fábrica de tapones del viejo Phelam, el único vestigio de industria de esa zona de Nueva Inglaterra. En la televisión ponían una reposición de una de esas viejas e interminables series de los ochenta; en esa ocasión, Ángela Channing hacía una inconfesable confidencia que muy poco interesaba al matrimonio Sullivan.

Mike se levantó despacio y con mucho cuidado, creyendo dormida a su esposa. Le dio un tierno beso en la frente y le apartó un mechón de su preciosa cabellera dorada, recogió sus llaves y un pequeño bolso de bandolera y se encaminó a la puerta, echando un último vistazo a la mujer de la que estaba locamente enamorado. Lucy deseaba besar a su marido pero el sopor en el que estaba sumida se lo impedía ligeramente; además, esta tarde su vecina Mary y la pequeña Mina vendrían a probarse el nuevo vestido de la niña y Lucy le tomaría el dobladillo. Antes debería recoger la ropa tendida detrás de la casa y le había prometido a Terry que echaría un vistazo a su colección de mariposas. Las mariposas le encantaban, las consideraba la más preciosa expresión de belleza de dios en la tierra, aunque le parecía horrible que Terry las disecara; pero prefería mil veces la nueva afición del chico en lugar del horrible pasatiempo que había tenido en el pasado. Odiaba los ratones, por mucho que fuesen blancos y domésticos, le parecían repugnantes y, bien pensado, las mariposas muertas eran mucho menos asquerosas que los ratones, ya estuviesen vivos o muertos.

Se desperezó sobre el sofá y lentamente se incorporó a su postura erguida. Se desplazó con paso lento y tembloroso por la sala de estar, encaminándose hacia la antigua radio Philco que descansaba sobre una estantería de la pared sur de la habitación. La encendió y escuchó una vieja canción de Deep Purple, “Pictures of Home”. Le fascinaba esa canción, la había cantado y bailado en cientos de bares de carretera a lo largo de los setenta. Había visto en directo a la banda inglesa en un par ocasiones, ambas antes de quedarse encinta de Jamie, el hermano no nato de Terry, pero no recordaba haberles escuchado nunca ese tema en concreto en ninguno de los dos conciertos a los que había acudido. Le encantaba la KBBL, era su emisora de radio favorita. Mary pronto llamaría a su timbre, pero decidió permanecer en la sala hasta que la canción terminase, luego iría arriba a ver la colección de insectos de su hijo y, si tenía tiempo, recogería la ropa seca del tendal.

No pudo completar el exhaustivo repaso a la colección de mariposas que Terry hubiera deseado. Al parecer Mary se había dado prisa esta tarde en fregar los platos y ella y Mina ya estaban llamando a su puerta. Lucy le dijo a Terry que más tarde ella misma y su padre volverían a subir a su cuarto y le darían un completo y concienzudo vistazo a sus bichitos, pero que ahora debía bajar y mostrarse atenta con las dos mujeres que ya se estaban impacientando y que ahora comenzaban a llamarla a voces. El chico dijo comprender a su madre, le dio un beso en la mejilla y carente de emoción le dijo que estaba bien. Lucy no pudo evitar enfadarse consigo misma, pero no se detuvo a darle mayores explicaciones, ni siquiera se dio media vuelta para ver el gesto de resignación de Terry.

La KBBL pinchaba ahora una de esas viejas canciones de Elvis que había escuchado miles de veces pero que ni por todo el dinero del mundo sabría decir su título. Era una canción fresca y alegre, eso era todo lo que necesitaba saber. Esperaba que durante el tiempo en que tardara en cogerle el dobladillo al vestido de la muchacha la KBBL pinchara buena música, necesitaba distraer de su cabeza un ligero conato de dolor de cabeza que de repente le había asaltado. ¡Pero que tontería, la KBBL siempre ponía buena música! «Despreocúpate de la radio, querida, y céntrate en el vestido de la muchacha. En cuanto termines podrás leer un poco antes de preparar la cena», se dijo. Cuando quiso darse cuenta, la niña y su madre se habían ido, satisfechas ambas con los arreglos que le había hecho al vestido. La niña parecía sentirse como una princesa, y eso, al fin y al cabo, la reconfortaba. Recordaba cuando ella también había sido una pequeña princesa...


No pudo ni por un sólo instante dejarse llevar por sus ensoñaciones, había empezado a chispear y la ropa se le iba a mojar. Tenía tiempo de sobra para volver a lavarla, pero las noches de Nueva Inglaterra eran demasiado frescas como para que la ropa se secase para la mañana siguiente, y Mike necesitaba su uniforme impoluto ese mismo jueves, a punto para la visita del inspector del condado. Echó a correr y pudo salvar de la lluvia la mayor parte de la colada, entre la que se encontraban el uniforme y la camisa blanca de Mike. Había dejado las sábanas para el final, al ser lo que menos prisa le corría y lo más aparatoso de recoger. Al tiempo que descolgaba las sábanas y aguantaba estoicamente la que ahora había pasado a llamarse lluvia por derecho propio, pudo ver cómo Philip la observaba en silencio al otro lado de la valla que separaba la parte trasera de ambas casas.

Durante un instante le pareció ver dibujada una extraña mueca en el rostro de su vecino, como si hubiese permanecido mucho tiempo observándola sin que ella se hubiese percatado de su presencia y ahora fuese incapaz simple y llanamente de apartar su lujuriosa mirada de ella. Se obligó a si misma a desechar semejante idea, al tiempo que respondía al saludo de Philip. Pudo oírle decir algo así como que si seguía allí de pie bajo la lluvia cogería un constipado de mil demonios. Phil siempre se refería a todo a través de cientos o miles de demonios, formaba parte de su peculiar forma de hablar, aunque ahora que lo pensaba, nunca lo había oído hablar así delante de los muchachos.

Dejó que Philip se mojase y se dio media vuelta, corriendo con las sábanas mojadas en su regazo. Las dejó al lado de la lavadora, tendría que volver a lavarlas. Se sentó durante un breve espacio de tiempo para recuperar el aliento y se contempló el tono carmesí de las manos. Se asustó. Echó un breve gritito sofocado por su falta de resuello y al fin pudo comprender que no se trabaja de sangre. No al menos de su sangre, ella no estaba herida. El cambio de tono carmesí a rosa de sus manos le hizo comprender que se había manchado al coger las sábanas mojadas. Se levantó de la silla y resueltamente se dispuso a extender las sábanas delante de sus estirados brazos. Ahí estaba. El rojo carmesí había llegado a sus manos por transferencia de una sustancia rojiza presente en las sábanas.

Al extender las sábanas pudo ver algo escrito en ellas. «Te quiero». No pudo evitar pensar en Philip y en aquella expresión que ahora sí, le aterrorizaba. Era una locura, ¿cómo habría podido Phil hacer algo semejante? Estaba felizmente casado con Laura y tenían dos hijas preciosas que lo adoraban. Él quería con locura a las tres y su vida era incluso más bucólica que la suya propia. Pensó en Terry, pero el no había salido de su cuarto en toda la tarde. No había bajado al menos por las escaleras y no lo creía capaz de servirse de las ramas de la encina para salir de su cuarto. Se estaba volviendo paranoica por momentos. ¡Por el amor de dios, se trataba de un niño de seis años!

No pudo evitar reprocharse sus pensamientos y pensó en lo que le estaba sucediendo. Dejó las sábanas a un lado y se acercó a la puerta que separaba el garaje del cuarto de la colada, echando desde la puerta una rápida y furtiva mirada hacia el jardín trasero de sus vecinos. Allí continuaba de pie Philip. Había dejado de llover y en su rostro creyó ver la misma vacua expresión que la había estremecido minutos antes. Cerró la puerta de golpe. Su corazón latía ahora a muchas más pulsaciones de lo que ella creía era su propio límite. La sangre le fluía atropelladamente por las venas del cuello hacia su cabeza y sintió de golpe como el dolor de cabeza que creía olvidado volvía ahora para quedarse durante un buen rato, quizás incluso durante parte de la noche.

Decidió no darle más importancia, aunque una extraña sensación le impelía a lavar de nuevo las sábanas antes de que Mike regresara. No le contaría nada por el momento, no merecía la pena preocuparle. Quizás fuese una chiquillada de una de las muchachas del barrio que pretendían llamar la atención de Terry, pues el muchacho era bien parecido y apuntaba las maneras del padre. Metió de nuevo las sábanas en la lavadora, llenó el cazo del detergente más de lo habitual y escogió un programa de lavado exhaustivo, no deseaba volver a ver esa mancha en sus sábanas...

Dos días más tarde, casi al atardecer, Mike todavía no había regresado del trabajo. Este mes ayudaría en la fábrica a turno partido y quizás dentro de unos meses el señor Phelam pensaría en él para ampliar la plantilla en Septiembre. Lucy miraba a través de la ventana, vigilando a Terry con jovial admiración, que correteaba por la colina con frenético entusiasmo. Apenas dos meses atrás en el tiempo se habían llevado un buen susto con el chico; se había caído en un viejo pozo abandonado y se había torcido el tobillo derecho. Había permanecido un par de horas a la intemperie y una extraña fiebre casi lo había llegado a consumir en las dos semanas siguientes al accidente. El muchacho era de naturaleza débil y enfermiza, y aunque el doctor Stevens les había dicho que no temieran en absoluto por Terry, Lucy no fue capaz de conciliar el sueño aquellas primeras noches de verano en las que permaneció despierta a su lado, mientras lo velaba. Los dos días siguientes habían sido los peores, con continuos vómitos del muchacho, pero ahora todo eso parecía demasiado lejano en el tiempo.

Cuando Mike surgió del otro lado de la colina por el camino que lo llevaría a casa, Terry lo abordó y se echó en sus brazos. Su padre dejó caer al suelo sus cosas y lo levantó por encima de sus hombros al tiempo que le daba vueltas y más vueltas e imitaba el sonido de un helicóptero. «¡Capitán, capitán! ¡Perdemos el control del helicóptero, nos vamos a estrellar!», gritaba mientras continuada dándole vueltas al niño. «¡No, papá! Yo puedo salvarlo», respondía Terry. «¿Cómo dices, soldado?», decía poniendo esa gutural voz que tanto le encantaba al chico. «Digo que yo puedo evitar que nos estrellemos, señor», proclamaba alegre y sonriente el pequeño Terry.

Lucy sonreía al contemplar la ternura de la escena; los quería tanto a los dos. Decidió que el chico estaría bien en los brazos de su padre y mientras ellos dos jugaban, ella pondría el fuego al mínimo y bajaría a recoger la colada. Hoy se había retrasado, se había dejado llevar por la lectura trepidante de su escritor favorito, que vivía en el estado de al lado. ¿No era increíble lo cerca que estaba? Nunca había pensado en hacerle una visita, pero tal vez algún día se atreviese... Mientras pensaba lo divertido que resultaba vivir a menos de unos cientos de millas de su autor favorito, bajó por las escaleras al garaje, atravesó la puerta que daba al jardín trasero con una gran tina en la mano y se dispuso a recoger la colada. Sin pensarlo echó un vistazo de reojo a la casa de atrás, en dónde esperaba ver a Philip, pero no lo vio. Lo que pudo ver fue una vez más la escritura carmesí en las blancas sábanas. De nuevo «Te quiero». Eso era todo.

Visiblemente sobresaltada terminó de recoger la ropa y se encaminó de nuevo al garaje, no sin antes echar un último vistazo al jardín de sus vecinos. No pudo distinguir nada, se había hecho de noche mientras recogía la ropa. Hoy por la noche le recordaría a Mike que por favor le instalase una luz en la parte trasera de la casa. Se las ingeniaría para no contarle nada acerca de las sábanas y de los misteriosos «Te quiero». Mike estaba trabajando duro y quizás lo hicieran fijo en la plantilla dentro de un par de meses, tal vez a finales de Octubre. En cualquier caso, las próximas navidades podrían ser maravillosas y desde luego no iba a decirle nada a Mike que pudiera trastornarlo o preocuparlo en sus horas de trabajo. Pero comenzaría a indagar por su cuenta. Antes de cerrar la puerta trasera del garaje creyó oír un ruido al otro lado de la vaya que reparaba su jardín del jardín de los vecinos, trató de escudriñar en la oscuridad y cerró la puerta al no conseguirlo. Esa noche no pudo conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada, pero Mike no se dio cuenta, cayó rendido en la cama y se durmió al poco tiempo.

Al día siguiente comenzaron las investigaciones de Lucy. Durante la mañana ideó mentalmente varios planes para conseguir dar caza al misterioso personaje que se estaba ocupando de destrozar sus nervios. La mayoría de ellos resultaron parecerle ridículos incluso a ella misma. Había pensado en contarle a Mike lo que estaba sucediendo, pero quizás él no comprendiese el asunto del todo. Cabía la posibilidad de que Mike pensase que alguno de los hombres de la zona estaba cortejando a su mujer, o peor aún, que ya lo había hecho. A buen seguro eso los alejaría para siempre del ansiado ascenso, sin mencionar las posibles consecuencias que podría tener en su matrimonio.

Pensó en un plan que acabó por parecerle bastante bueno. Se las arreglaría para poner unas campanitas a las cuerdas del tendal. De esta forma, el que se había estado dedicando a ensuciar las sábanas de la señora Sullivan sería cazado con las manos en la masa. O con las manos en la tinta, pensó. Lo cierto es que no se había parado ni a pensar con qué se habían escrito los mensajes. Casi prefería no saberlo.

A las once y media bajó al garaje con una tina no demasiado cargada de ropa, no era necesario, sólo tenía que llevar las sábanas y un par de prendas más para no levantar ningún tipo de sospecha acerca de la trampa que se disponía a preparar. No le resultó fácil colocar las dichosas campanitas, y en más de una ocasión tuvo que fingir un par de estornudos justo en el momento en que le habían temblado las manos y temió hacer ruido al colocar los pequeños timbres. Ya estaba. La trampa estaba colocada. Ahora sólo tenía que esperar.

Sin descuidar sus labores cotidianas en ningún momento se mantuvo en todo instante atenta al sonido de las campanitas. En el piso de arriba, justo en el salón, se podía gobernar con la vista la extensión de jardín en dónde el tendal estaba colocado. De ninguna manera se quedó mirando en la ventana, eso habría ahuyentado a cualquiera que se atreviera a internarse en el jardín. Pero si dejó abierta la ventana del salón, a través de la cual esperaba poder oír nítidamente las campanitas. Se dispuso a hacer la comida. Hoy no había tenido que ir al mercado y por tanto podía perfectamente vigilar a Terry a través de la ventana de la cocina mientras preparaba el almuerzo.

 Dejó de preocuparse por las sábanas, ya que era imposible que alguien pudiese solamente tocarlas sin que ella oyese el estruendo de las campanitas. Durante un buen rato se concentró en el pavo que se disponía a asar. La guarnición de verduras estaba también en buen camino y hoy a lo mejor prepararía además un buen pastel de manzana. Se había olvidado por completo de las campanitas cuando éstas sonaron estruendosamente a través de la ventana del salón. Cielos santo, pensó, parecía como si alguien se hubiera quedado atrapado en las sábanas y no fuese capaz de desenmarañarse.

Sólo dos o tres segundos separaron a Lucy de la cocina de la ventana del salón, y aunque la emoción embargaba la totalidad de su ser e hizo todo lo posible por llegar cuanto antes, no pudo ver absolutamente a nadie cerca de las sábanas. No era una gran distancia la que había que recorrer desde las sábanas hasta la verja de los vecinos de atrás, pero aún así creía que no podría haberse cubierto en menos de tres o cuatro segundos, para cuanto más alguien que acaba de ser pillado in fraganti y seguramente se haya puesto nervioso al ser descubierto.

Todavía estaba dándole vueltas al asunto cuando cayó en la cuenta de que a lo mejor el responsable de los mensajes no había echado a correr en dirección opuesta a la casa, sino hacia la misma casa, y en estos momentos se encontraba justo debajo de ella, fuera del alcance de su campo visual. Tal vez la habían observado colocar las campanitas o bien habían intuido su paso. Eso era quizás mucho más inquietante, pero no tan inquietante como el mero hecho que ahora se hacía patente ante sus ojos.

Con la exaltación propia del momento había dejado pasar desapercibido un detalle que ahora le carcomía las entrañas y que la llenaba de desasosiego. Justo cuando echó la vista sobre las sábanas, estas permanecían totalmente inmóviles, ni ellas ni el cable se habían movido lo más mínimo desde que ella había llegado a la ventana del salón. Eso era completamente imposible, pues segundos antes las campanitas habían estado sonando profusamente y su jocoso canto parecía haber cesado de repente. No prestó atención a este detalle en un principio, demasiado ocupada en buscar al culpable, pero estaba completamente segura de ello. No había oído ni el menor ruido ni había visto el menor movimiento en las sábanas.

3 comentarios:

  1. Este relato bien podría estar completo tal y como está en estos momentos. De cualquier forma, ha sido concebido a partir de una idea que ha sido ligeramente modificada y mi intención es continuarlo y cerrarlo, y espero que el resultado final sea del agrado de quien me ha proporcionado la idea.

    Si alguno de vosotros cree que tiene una buena idea para continuarlo o se le ocurre algo que podría encajar bien en el relato, por favor, que no sea tímido y lo comparta con todos. Prometo tomarme en serio todas las propisiciones y sugerencias.

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  2. Por agora está sendo do meu agrado, e case prefería que continuaras ti, pero bueno, está claro que vai ter que morrer alguien, no? Jeje. Aínda que ó mellor é o que esperamos e a ti gústache moito sorprender. A ver con que me sales.
    Moi ben, Lu, moi ben, gústame moito.

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  3. Muller, o de que ten que morrer alguén, non o digo eu, o dice a Biblia. Xa sabes, un tempo para vivir, un tempo para morrer. Pero bueno, poida que hoxe non siga co relato, prefiro tomarme un tempo de reflexión, xa que houbo quen me fixo unha observación interesante, e quixira estudiar non a observación en si mesma, pero si o que despertou en min e na miña interpretación do relato. Lo dicho, hoxe vou madurar un par de ideas. Por certo, me alegra que che guste.

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