martes, 20 de septiembre de 2011

ESCENA DÉCIMO SEGUNDA

Tienes la extraña sensación de llevar unos cien días a bordo del transporte aéreo y la verdad es que te apetece un poco de acción, empiezas a estar hasta los cojones de la nave espacial. Decides pues echar mano del arma que te ofrecen los soldados, pareces satisfecho al reconocer en ellos una especie de respeto hacia tu persona y, si has de entrar de nuevo en combate, te gustaría tenerlos a tu lado, parecen buenos soldados.

—Señores —te diriges a ellos, tratando de que tu voz no denote el miedo que aún te posee—, han dicho que saben lo que me han hecho…

—¡Ahora no, Teniente Fannin! —Uno de ellos te interrumpe, mientras el otro te coge suave pero firmemente del brazo derecho— Dejemos las explicaciones para más tarde, quizá para cuando hayamos muerto, ¿quiere señor?

—Bien, caballeros —ahora tu voz es dura y no hay en ella atisbo de miedo o dudas, y casi puedes sentir como atruena en sus corazones—, si hemos de partir caras y patear culos, ¿qué les parece si me enseñan cómo demonios abrir fuego con este juguete?

—Deben de haber inhibido sus ondas omega, es casi seguro —responde el soldado que te ha estado agarrando por el brazo, mirando al otro y buscando un gesto que ratifique su hipótesis—, es lo que siempre hacen con los que intentan poner de su lado.

—Teniente, el arma está en modo automático y funciona con sus pensamientos, pero por lo visto al intentar convertirlo, han dejado esa parte de su cerebro dañada —comenta el soldado que pareció haber mantenido contigo una relación más personal—, pero no se preocupe, esta palanquita sirve para ponerla en modo manual.

Al parecer, no habías prestado la suficiente atención al arma, y según parece, su forma es sensible a la luz. Demonios, no te coge en la cabeza, pero así es, según su orientación puedes ver o no una serie de botones, palanquitas e incluso un saliente que identificas, ahora si, con un gatillo.

Ahora mismo estás accediendo a unas rampas por las cuales ya cientos de hombres descienden en cuerdas hacia el complejo del que te has escapado. Al contrario de lo que pueda parecer, no sientes una sensación de angustia por volver al sitio en dónde has comenzado tu aventura, es más, una especie de apetito por la venganza comienza a invadirte. Dejas que fluya, pues en lo profundo de tu ser sabes que la rabia es un gran combustible para el coraje.

Al vuelo alcanzas a recoger un casco que otro soldado te ha lanzado, antes de que te puedas colocar el arnés que ha de mantenerte junto a la cuerda durante el descenso. Echas un vistazo por una de las compuertas de la nave y ves que los combates son ya encarnizados en el complejo. No hay tiempo que perder, aún así, tienes tiempo para una nueva pregunta:

—Hay una especie de placa, una tarjeta que…

—Ya no está a bordo de la nave —te informa uno de los soldados—, ha sido enviada a la base de operaciones, en alfa-centauro. Ahora sólo debe importarnos la supervivencia.

Asientes con un golpe de tu cabeza y comienzas el descenso en medio de los dos soldados que al parecer se han convertido en tu pequeño escuadrón. Al llegar abajo todo se habrá acabado en unos pocos segundos o quizás tarde horas en librarse una cruda batalla, pero afrontas el reto con ánimo renovado, con una sensación que no habías tenido hasta ahora.

Mientras desciendes echas un vistazo al complejo y puedes ver que los hombres de la nave —ataviados todos con un inmaculado traje blanco— no tienen todavía el control del complejo, aunque el descenso de los hombres es seguro ya que los soldados azules del complejo aún no han ocupado ni una cuarta parte del mismo, y su posición sólo les permite abrir fuego hacia objetivos terrestres. Eso hace que vuestro descenso sea suave.

La batalla está a punto de comenzar. Las atronadoras alarmas del complejo rugen en tu oído interno, mientras la adrenalina fluye sin barreras por tu sistema nervioso.

Llegas al suelo y ansioso por probar tu arma abres fuego contra la multitud de soldados azules. Al principio te cuesta mantener el haz de luz de tu arma contra los objetivos, pero poco a poco vas cogiendo el tranquillo al asunto; no parece que vayas a tener mayores problemas para freír unos cientos de pequeños hijos de puta azules.


De un rápido vistazo puedes ver cuál es la estrategia de los soldados de la nave: mientras dos gruesos grupos de ellos inician las maniobras de escisión del grupo principal hacia los costados del complejo, un grupo más numeroso intenta retener el avance de los soldados del complejo; es una pequeña variante del clásico movimiento de pinza, piensas, mientras te alegras de recordar ciertas cosas que tal vez te puedan ayudar a salir victorioso de este sarao.

Rápidamente te explican que el grupo de tu derecha se dirige principalmente a retener la salida de los soldados del complejo, tratando de que el menor número posible de ellos salga a enfrentar a vuestras tropas. El segundo grupo, el de la izquierda, tiene como objetivo los generadores de energía, y su conquista pondría la balanza muy a vuestro favor. El grupo más numeroso, el del medio, simplemente tratará de resistir la embestida cada vez mayor de los zarcos soldados. Tendrás que escoger un grupo de soldados.

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